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sábado, 23 de febrero de 2013

Juan de Urbina: Ni dónde, ni cuándo.

La presente entrada trata sobre un militar de las guerras de Italia del rey de Aragón Fernando II y su nieto Carlos I. A aquel monarca lo conocemos mejor como Fernando El Católico y a este como Carlos V. El abuelo era digno modelo de “El Príncipe” de Maquiavelo y recurrió a la tropa de Castilla para librarse del dogal que suponían las cortes de los reinos de la Corona de Aragón (Así, a secas, nada de eso de Catalano-aragonesa porque ni los reinos tenían nombre compuesto ni se empiezan los títulos nobiliarios por el menor).

Juan de Urbina nacido en
Berberana (Las Merindades),
según Prudencio de Sandoval.

Para el cronista oficial de la provincia de Burgos en 1980, Fray Valentín de la Cruz y su vehemente verbo, había nacido en Berberana. Puntualizaba que la documentación de la Casa de Berberana lo confirmaba. Respaldaba su decisión, además, con las palabras de Prudencio de Sandoval (1553-1620) quien lo afirmaba, aunque, decía, era una localización más cerca de Orduña o Amurrio (Vizcaya) que del centro de Castilla.

Otros autores simplemente lo presentan como vizcaíno (Retratos de Españoles Ilustres) o alavés. Así Ángel Casimiro de Govantes y Fernández Angulo, en 1802, fijó su nacimiento en el lugar de Urbina de Basabe, en la cuadrilla de Añana. Tal vez lo asoció fruto del uso como apellido de un lugar geográfico que, en muchos casos, coincidía con el lugar de nacimiento del portador o del linaje. Si fuese este segundo caso, no podríamos afirmar con claridad su origen alavés.

De todas formas, los límites geográficos actuales no afectan a las gentes del pasado, por mucho que algunos piensen lo contrario, y Juan de Urbina creció inmerso en la cosmogonía de las zonas viejas de Castilla.


Pero dónde nació no es el único punto oscuro, también cuándo. Fray Valentín lo sitúa hacia el año 1485, Römling en 1490 y Espasa en 1492. La primera es la más ajustada si anotamos las noticias de Sandoval, Zurita o Cadenas, entre otros, que forjan su reputación de valiente soldado durante las campañas napolitanas del Gran Capitán (1502-1503). Y es Sandoval quién nos da una descripción del muchacho: Grande, robusto, de lindo entendimiento, limosnero, liberal, devoto y hombre que nunca juraba, pero su carácter era terrible en la cólera.

En 1506 pasó al servicio del Papa Julio II como alabardero del “Sacro palacio” (Vaticano). En mayo de 1507, para someter Monte-fiascone, pasa a ser alférez de la compañía de Diego García de Paredes. Tiene, Juan, 20 o 21 años de edad y 5 de servicios y adelanta a militares más experimentados o mejor relacionados.

Diego Gª de Paredes

En el verano de 1509, tras la toma de Orán, asentó de nuevo plaza de soldado en la infantería española y partió de Nápoles para otra expedición en Berbería: Bujía, Trípoli y los Gelves. Tras este periplo queda de guarnición en Trípoli, a las órdenes de Jaime de Requesens.

Motín, relevo de Requesens y regresó a Nápoles. Desmovilizado, Juan de Urbina vuelve al servicio del Papa Julio II que preparaba una campaña en la Romaña contra Venecia. Está al mando de una compañía con la que participa en la toma de Mirandola y la retirada de Bolonia, amenazada por un poderoso ejército francés.

Con la primera “Liga Santa” entre la Iglesia, Venecia y Fernando el Católico, Urbina pasa a servir en el ejército del virrey Ramón de Cardona, que le respetó el empleo de capitán de infantería. Al mando de su propia compañía se halló en el infructuoso asedio de Bolonia (Febrero de 1512), levantado ante la llegada de un ejército francés de socorro; así como en la batalla que se dio en las inmediaciones de Rávena, donde Cardona fue derrotado por Gastón de Foix, duque de Nemours. El escuadrón de infantería de Urbina consiguió replegarse en orden, rechazando todas las cargas del enemigo, incluso la última de la caballería, mandada personalmente por el duque de Nemours, que perdió su vida en el empeño.

Aquella acción permitió salvar al virrey y al núcleo del ejército que Cardona lograría rehacer en Nápoles, desde donde partió el 7 de junio. En una rápida campaña logró restablecer la autoridad de los Medici en Florencia y, después, la del duque Maximiliano Sforza en Lombardía.

En 1513 tomó parte en la victoria contra los venecianos en la Motta. Permanece en Lombardía hasta la paz con Francia. Paz rota en 1521, cuando el rey francés invadió Navarra para intentar la restauración de la Casa de Albret (Labrit).

Rodelero Español y Piquero Suizo 1503
Carlos I (o Carlos V) atacó el Milanesado apoyado por tropas suizas y venecianas. Urbina fue fundamental en la ruptura de las defensas francesas en el río Adda al lograr cruzarlo con 30 hombres en una barca y sostener la cabeza de puente en la orilla opuesta hasta que pudo ser apoyado. Hoy lo llamaríamos una acción de comando.

Colonna, el general de Carlos I, tomó por sorpresa Milán, bueno, el castillo no. Pero los franceses terminarían humillados al año siguiente en Bicocca (1522) casi a la vista de la capital lombarda. Y, en estas refriegas Urbina captura a su antiguo jefe, Pedro Navarro. Con ello, en 1523 capitula el castillo de Milán.

Total, otro ejército francés llegaba a Milán ese septiembre de 1523. Durante este asedio, Juan de Urbina, con 600 españoles, condujo una “encamisada” (ataque nocturno) sobre el campamento enemigo, con un muy favorable saldo de bajas. Conociendo la inminente llegada del socorro, los franceses se replegaron.

El 19 de enero de 1524 el virrey Lannoy, con Hernando de Alarcón y Juan de Urbina, asaltaron el cuartel de los franceses en Robecco, masacrando a la mayor parte de la guarnición y capturando su bagaje, armas y caballos; Urbina fue quien tomó el puente que protegía el campamento, en otra acción de comando para impedir la alarma. Gracias a refuerzos venecianos, los franceses son expulsados de la Lombardía.

Italia en época de Carlos V

Ante la tibieza del virrey en una acción donde Urbina fue herido, este reaccionó viscerálmente y acusó al virrey de connivencia con el jefe francés, arguyendo que ambos eran borgoñones, logrando que tanto Hernando de Alarcón, comisario general del ejército, como el duque Carlos de Borbón, Condestable de Francia, que militaba por Carlos I desde comienzos de aquel mismo año, arrancaran del virrey una conducta más enérgica.

Tras diversas refriegas se decidió la invasión de Provenza para favorecer la pretensión del condestable de Borbón de reinstaurar el viejo reino de Arles e Intentar distraer la atención de Francisco I sobre Italia. Mandaban la expedición el Condestable, al mando de 13.000 hombres y el apoyo una escuadra de galeras al mando de Hugo de Moncada. Urbina era de maestre de campo de la infantería española, 2.000 soldados. Llegaron hasta Marsella pero, sabiendo que Francisco I reunía un ejército en Avignon, se levantó el campo. Aquella marcha fue conocida como «la bella retirada» porque en 23 días se retornó cómodamente a Milán.

Y llega la batalla de Pavía. Los franceses la pusieron cerco el 28 de octubre de 1524. Es bien sabido como Francisco I resultaría completamente derrotado al año siguiente ante dicha plaza, aunque Juan de Urbina no se halló en aquella jornada. Había seguido la retirada del ejército hasta San Remo, pero allí se embarcó con licencia hacia Nápoles para matar a su mujer.

Llegamos a lo que más tinta, y sangre, hizo correr en torno a Juan de Urbina. Había transcendido que su mujer se la pegaba con otro en Nápoles, cuestión que zanjó matándola en su propia casa. Y no solo a ella: “con cuantas cosas halló vivas en ella”. ¿A qué otros posibles crímenes puede aludir esta cita de Sandoval? ¿Alcanzaría también su venganza al amante, al personal de servicio y algún posible fruto del matrimonio? Silencio. Solo la indulgencia de los historiadores, poetas y comediógrafos del Siglo de Oro, que lo vieron como legítima reacción al daño en la honra.

Así, Luis Zapata sugiere, en un poema en octavas (Carlo famoso. Valencia, 1566) que tras algún infanticidio estranguló a la esposa con sus propias manos; pero mientras el licenciado Manuel González afirma que quemó su casa con toda su familia dentro (El español Juan de Urbina, o el cerco de Nápoles, 1656), Lope de Vega apunta que los ahogó en el mar, reputando dicha acción como otra de sus hazañas (La contienda de don Diego García de Paredes y el capitán Juan de Urbina, 1600). Aunque la falta de unanimidad hizo sospechar a Restori en una posible tradición infundada del suceso, su ausencia del ejército durante casi dos años invita a creer que Urbina tuviera más de un quebradero de cabeza con la justicia, aunque aparentemente quedara absuelto de los posibles cargos y reforzada su promoción personal con el empleo de maestre de campo de la infantería del Reino de Nápoles.

En septiembre de 1526, derrota a Birago en las montañas del Piamonte. Pero éste logró refugiarse en el castillo de Revello, desde donde organizaría frecuentes ataques contra los imperiales.


Y nueva guerra en Italia al denunciar Francisco I el Tratado de Madrid (1526) que era fruto de su cautiverio. Nuevo asedio a Milán que desmontan para aguardar refuerzos de Francia, y fuerzan la rendición de Cremona. El 2 de enero del año siguiente (1527), el Condestable de Borbón, tras dejar guarnecidas las plazas que controlaba en el Milanesado se dirigió al encuentro de las tropas alemanas de Frundsberg.

Se encuentran tras cruzar el río Trebbia donde el ejército hubo de detenerse más de un mes debido al riguroso invierno, problemas de aprovisionamiento y motines. Ayudó algo las maniobras dilatorias de los florentinos, que intentaron comprar su retirada mediante el compromiso de abonar sus pagas atrasadas. Tales promesas no llegaron a concretarse y, mientras las tropas coaligadas con Francia reforzaban Piacenza, Bolonia y Florencia, en el campo imperial se declararon diversos motines. Primero fueron los alemanes, siempre celosos del cobro puntual de sus pagas. Viéndose incapaz de calmar a sus soldados, Frundsberg sufrió una apoplejía. Alfonso de Ávalos logró aquietarles distribuyéndoles 12.000 ducados que le prestó el duque de Ferrara, provocando la revuelta de los españoles, siempre relegados en lo de las pagas. “El marqués del Gasto con el medio de Juan de Urbina, a quienes los españoles tienen gran respeto, los concertó que se contentasen con un escudo por hombre y caminasen” (El Abad de Nájera al Emperador, 1527).

Entretanto, los venecianos se mantenían a prudente distancia manifestando su intención de no llegar al combate con los imperiales. El Papa Clemente VII, quizá excesivamente confiado en el apoyo de sus aliados, había dirigido sus esfuerzos contra el Reino de Nápoles. Sin embargo sus victorias fueron anuladas por el rápido agotamiento de los recursos y la falta de auxilios de Francia.

En ese contexto, el ejército del Condestable representaba una seria amenaza y, para neutralizarla, el Papa ofreció una tregua al virrey de Nápoles, Charles de Lannoy, comprometiéndose a restituirle sus conquistas y al pago de 65.000 ducados para que los imperiales se replegaran a Lombardía. El virrey firmó el tratado comunicándoselo al Condestable; pero a éste la oferta le pareció insuficiente y la rechazó y provocó que los subordinados directos del Virrey abandonaran el teatro de operaciones. Todo esto dejó a Urbina como jefe de la infantería española.

Mientras el ejército imperial recorría el área de Florencia, llegan nuevos emisarios del Pontífice intentando comprar por segunda vez la retirada de los imperiales, aunque ahora las pretensiones del Borbón se elevaron a 300.000 ducados. Fuera por ello o porque el Papa confiara en la capacidad de resistencia de la ciudad, incumplió el plazo de su entrega, fijado en Siena.

El Condestable, como desquite saqueó los contornos para proveerse de la artillería y municiones precisas para formalizar el asedio de Florencia. Pero en consejo se decidió por otro objetivo: Roma. Como sabían que dejaban detrás un ejército tan numeroso como el suyo, debían ser rápidos y en ocho días llegan a ciudad Eterna.

La sorpresa había sido total. El asalto se pospuso al alba del día 6, a favor de una espesa niebla que impedía hacer blanco a la artillería de las defensas. Los alemanes atacaron por la puerta Torrione el burgo de San Pedro, mientras que los españoles, liderados por Urbina, lo hacían por la de Santo Spirito y los italianos por la de Settimiana, todas al Trastevere.

Lansquenetes

Los alemanes fueron rechazados y, queriendo el Condestable darles ejemplo, se apeó del caballo para afirmar una escala, cayendo atravesado por un arcabuzazo. Urbina tomó entonces las riendas del asalto, pero la defensa se mantuvo obstinada hasta el mediodía, sin que la niebla remitiese. Renzo de Cieri venía a reforzar aquel sector cuando, repentinamente, se topó con una compañía española que había penetrado dentro del recinto amurado por un postiguete. El comandante en jefe de la guarnición romana, en una reacción inexplicable, indujo el pánico entre sus hombres al ordenar el abandono de las murallas para fortificarse tras el Tíber.

Completada la conquista del burgo de San Pedro y del palacio Vaticano, los atacantes descansaron hasta que el Príncipe de Orange, nuevo jefe del ejército imperial, renovó el ataque. Le cupo a Juan de Urbina la misión de desalojar a los defensores del puente Sixto que ofrecieron poca resistencia. Poco después, sin que nadie pudiera impedirlo, los soldados se desparramaron por la ciudad, matando, violando y saqueando.

El Papa, cercado en Sant’ Ángelo, se avino a pagar 400.000 ducados, 100.000 al momento, con el oro y la plata que encerraba en el castillo, y el resto en dos meses. El tratado, redactado en latín, fue firmado por 13 cardenales y 19 altos oficiales del ejército imperial; Urbina, lo hizo en cuarto lugar.

El ejército imperial salió de Roma el 30 de junio pero Urbina permaneció en Roma y se creó fama de “crápula de campamento”. Jugaba mucho y fuertes sumas, norma entre los oficiales de alta graduación, sus contrincantes habituales.

El 8 de julio impedía un nuevo saqueo a la ciudad por los lansquenetes, siempre ávidos de botín, a los que logró someter. Diversos documentos le sitúan en Roma hasta finales de 1527, arrostrando impávidamente los riesgos de la ciudad en ese momento. El 25 de setiembre volvió a evitar un tumulto de los alemanes, que en esta ocasión obtuvieron la custodia de algunos cardenales en garantía del cobro de sus pagas y, en noviembre, hubo de enfrentarse a un grupo de desertores que intentaron desparramarse por la ciudad, logrando expulsar a la mayoría; poco después, sofocaba de raíz un intento de motín de la infantería española, matando con su espada a uno de sus promotores.

La conmoción en Europa por el Saco de Roma forzó a Francisco I y Enrique VIII a renovar su alianza mediante un nuevo tratado que comprometía al primero a enviar a Italia un ejército de 50.000 hombres, al mando de Lautrec, mientras que el segundo contribuiría a su financiación con 30.000 ducados mensuales.

Tras forzar la sumisión de Génova, el general francés invadió el Milanesado, ahora sumamente debilitado. Luego plantó su ejército ante Milán, ofreciendo pactar su rendición a Leiva, que se negó; y, ante las imponentes defensas de la plaza, marchó sobre Pavía, defendida por Ludovico Barbiano. También éste se negó a rendirla y la ciudad fue saqueada durante 8 días.

Pero el verdadero objetivo francés era el Reino de Nápoles, del cual Francisco I había designado ya por virrey a Louis de Lorraine, conde de Vaudémont. Ante el giro de los acontecimientos, Francisco Gonzaga, duque de Mantua y Alfonso de Este, duque de Ferrara, tradicionales aliados del Imperio, pasaron a engrosar las filas de la liga, firmándose la renovación de la misma, el 7 de diciembre de 1527, en Mantua. Curiosamente, al alba del día anterior, el Papa había sido puesto en libertad, por orden de Carlos I, pese a no haber cumplido todas sus obligaciones económicas.

El avance de Lautrec fue cómodo. Los imperiales, maniatados por el cobro de las pagas, salieron de Roma el 17 de febrero. A grandes marchas, intentando oponer alguna resistencia a los franceses, se retiraron a Nápoles.

Lautrec intentó someter la ciudad por hambre, pero los sitiados forzaban sus líneas con salidas diarias que dieron lugar a numerosas escaramuzas. La mayor de ellas se dio cuando unas naves francesas cargadas de vituallas, municiones y dinero fueron abordadas cerca de la desembocadura del Sebeto. Siendo preciso transportar la presa por tierra para asegurarla contra el bloqueo naval del enemigo. El Príncipe de Orange ordenó salir a Juan de Urbina, de tal manera que hizo una gran matanza y tomó preso al coronel de los tudescos del campo francés, regresando a Nápoles con el botín.


Nápoles en 1550

La situación se agravaría para los sitiados cuando apareció en aguas del Golfo la flota veneciana del almirante Lando, agravando el bloqueo naval, pero cambiaría cuando Andrea Doria ofreció sus servicios al Emperador. Con ello, pudo restablecerse el abastecimiento desde Sicilia, en tanto que el hambre y la peste caen sobre los franceses eliminando a Vaudémont y Lautrec. Los imperiales, el 28 de agosto, hacen una salida nocturna al mando de Juan de Urbina. Tras pelear toda la noche se rindieron los últimos defensores.

Al conocer la noticia, el marqués de Saluzzo y Pedro Navarro, que habían asumido el mando de los sitiadores, decidieron levantar su campo aquella misma noche, enterrando la mayor parte de su artillería para poder marchar con más desembarazo. Tras la caída de ciudades en cascada el rey francés firmó la "Paz de las Damas” (1529).

Como curiosidad, se apunta que durante su estancia en Nápoles, Urbina contrajo segundas nupcias con una joven aragonesa, hija de un capitán. La boda debió celebrarse a finales de 1528 o a principios de 1529, porque no pudo hallarse presente en ella el que fuera su alférez y gran amigo Rodrigo de Ripalda que casaría después con su viuda.
Por variaciones de los juegos de alianzas, Papa y emperador quedan en el mismo bando con el compromiso de este de apoyar las pretensiones de aquel de dominar Florencia. El virrey reúne las tropas destinadas a la empresa de Florencia. Apenas llegado Urbina, le nombró su lugarteniente, encomendándole el ejército mientras él partía a Roma para entrevistarse con el Papa.

El 28 de agosto el virrey ordenó a Urbina que tomara Hispelo, villa amurallada cerca de la ciudad. Pasado el mediodía, Urbina intimó la entrega de la plaza a su gobernador quien ordena dispararle mientras negocian. El príncipe de Orange, al conocer el hecho, se presentó ante el lugar con todas sus fuerzas, lo sometió a un duro bombardeo y forzó su capitulación el 31 de agosto. Urbina falleció ese día. En Nápoles fue colocado en un sepulcro de bronce, que después convirtió en artillería el Virrey D. Pedro de Toledo.

Relación de títulos:
Señor del Giardino di Milano y de la villa Sforzesca,
Marques D'oira,
Conde de Borgomanero.
Comendador de Heliche, en la orden de alcántara (1528-29);
Soldado infª española (1502),
Alférez infª pontificia (1507),
Capitán Infª pontificia (1511),
Capitán infª española (1512);
Mariscal de Campo infª española (1522),
Castellano de Aversa y de Casteldell'ovo (1528),
Maestre justiciero del reino de Nápoles (1529).

Bibliografía:

Burgos Capitanes Insignes (I) Fray valentín de la Cruz.
Juan Luis Sanchez en Tercios.org
Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V. Prudencio de Sandoval.


Fray Prudencio de Sandoval (Valladolid, 1553- Pamplona, 1620) fue un clérigo benedictino, obispo de Tuy de 1608 a 1612 y de Pamplona (desde esa fecha hasta su muerte en 1620), e historiador español. Continuó la crónica iniciada por Florián de Ocampo y Ambrosio de Morales, recopilando gran cantidad de fuentes documentales, sin demasiada crítica. Utiliza muchos datos de Guevara y Mejía. Su Vida y Hechos del Emperador Carlos V es considerada como fuente fundamental por los historiadores del periodo. Gozó de prestigio internacional como historiador. Tras su muerte dejó un legado para la construcción de una capilla y su enterramiento en la catedral de Pamplona. Esta capilla, denominada por ello "capilla de Sandoval", es la única que no se encuentra dentro de la planta del templo catedralicio, si no que sale al exterior. Su construcción se demoró hasta 1651, año en el que se colocó el lienzo de San Benito Abad, a cuya advocación está suscrita la capilla.

3 comentarios:

  1. Ya sabemos positivamente que Juan de Urbina nació en Berberana, como acreditan unánimente las deposiciones testificales verificadas en dicho lugar (que dista 9 Km. de Urbina de Basabe) reunidas en las pruebas jacobeas de JUAN DE URBINA Y FRIAS DE SALAZAR (1583), conservadas en el AHN (expediente 8310 de Santiago). El pretendiente era hijo de PEDRO ORTIZ DE URBINA REMÍREZ, nat. de Berberana, y de MARÍA ORTIZ DE ARTIETA, nat de Osma (Álava), y los testigos señalan que su padre "era hermano del Maestre de Campo Juan de Urbina, Marqués Doria en el Reino de Nápoles”. Esta información procede del artículo «Álava, sus hombres y sus armas hace 400 años», de Vidal Fernández de Palomares (Boletin de la Institución Sancho el Sabio, 1971, pg. 82), donde el autor nos escamotea los nombres de los progenitores del hermano de nuestro Juan de Urbina, que indudablemente deben de constar en la genealogía del expediente, como abuelos paternos del pretendiente.
    Sin precisar el lugar de nacimiento, pero confirmando la misma filiación, se pronunciar con idéntica unanimidad los testigos interrogados en Miranda de Ebro para las pruebas de Juan Antonio de Urbina y Zuricaray, nieto del anterior (AHN, OM, Santiago, exp. 8319). Así, el licenciado LDO. DIEGO MARTINEZ DE UZEDO, de 79 años, clérigo presbítero, vecino y natural de Miranda, depone en dicha villa el 12.XI.1649, que "el gran MdCGral Juan de Urbina, MARQUÉS DE Oria, fue cabº Alcántara, hermano entero del padre del abuelo del pretendiente" (f.º 52v.).
    No he podido establecer todavía los nombres de los progenitores de nuestro Juan de Urbina, lo que haré en cuanto pueda acercarme al AHN para consultar el expediente citado en al artículo arriba mencionado.

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  2. Ya sabemos positivamente que Juan de Urbina nació en Berberana, como acreditan unánimente las deposiciones testificales verificadas en dicho lugar (que dista 9 Km. de Urbina de Basabe) reunidas en las pruebas jacobeas de JUAN DE URBINA Y FRIAS DE SALAZAR (1583), conservadas en el AHN (expediente 8310 de Santiago). El pretendiente era hijo de PEDRO ORTIZ DE URBINA REMÍREZ, nat. de Berberana, y de MARÍA ORTIZ DE ARTIETA, nat de Osma (Álava), y los testigos señalan que su padre "era hermano del Maestre de Campo Juan de Urbina, Marqués Doria en el Reino de Nápoles”. Esta información procede del artículo «Álava, sus hombres y sus armas hace 400 años», de Vidal Fernández de Palomares (Boletin de la Institución Sancho el Sabio, 1971, pg. 82), donde el autor nos escamotea los nombres de los progenitores del hermano de nuestro Juan de Urbina, que indudablemente deben de constar en la genealogía del expediente, como abuelos paternos del pretendiente.
    Sin precisar el lugar de nacimiento, pero confirmando la misma filiación, se pronunciar con idéntica unanimidad los testigos interrogados en Miranda de Ebro para las pruebas de Juan Antonio de Urbina y Zuricaray, nieto del anterior (AHN, OM, Santiago, exp. 8319). Así, el licenciado LDO. DIEGO MARTINEZ DE UZEDO, de 79 años, clérigo presbítero, vecino y natural de Miranda, depone en dicha villa el 12.XI.1649, que "el gran MdCGral Juan de Urbina, MARQUÉS DE Oria, fue cabº Alcántara, hermano entero del padre del abuelo del pretendiente" (f.º 52v.).
    No he podido establecer todavía los nombres de los progenitores de nuestro Juan de Urbina, lo que haré en cuanto pueda acercarme al AHN para consultar el expediente citado en al artículo arriba mencionado.

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    1. Muchas gracias don Juan Luis por su participación y por sus comentarios que aquí quedan para complementar -o aclarar- el presente artículo.

      Lo dicho, muchas gracias.

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