Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 30 de junio de 2013

¿Tienen Habitaciones libres?

En las ciudades nunca faltaron camas, bien para el descanso del viajero o bien para su “regocijo” Las posadas, fondas o albergues significaban esto. Será a partir del siglo X al XV, cuando se advierte un aumento en el número de viajeros y, simultáneamente, cambios en el modo de desplazarse y en sus motivaciones. Las ferias y las peregrinaciones religiosas contribuyeron al desarrollo de la oferta de alojamiento.
Ciudad y Mercado Medieval
Una duda que nos ronda siempre con relación a la “Edad Oscura” es esa de que no viajaban, que una persona moría a pocos kilómetros de donde había nacido. Falso, poquísimas personas, en cualquier estado o grupo profesional, podían garantizarse una vida sedentaria. Si los caminos medievales se nos presentan solitarios no era porque los usuarios fuesen pocos y singulares. Eran solitarios porque la densidad relativa de población era baja, pero el hombre medieval era proporcionalmente más móvil que el de ahora. Y, aclarado esto es fácil entender la necesidad de lugares para los transeúntes.

En ese tiempo, los establecimientos que ofrecían servicios de hospedaje solían servir, también, como casa de juegos. Es el gran salto desde la hospitalidad al hospedaje, es decir, de las formas gratuitas que ofrecían los establecimientos eclesiásticos hacia formas retribuidas por hospedar a viajeros. Ahora, los pudientes no tendrán que mezclarse con los pobres que seguirán usando los formatos gratuitos. Y estas posadas eran muy frecuentadas por sus bajos precios, relativos, frente a los mejores albergues y ventas, tanto de hospedaje como de prostitutas, aunque a riesgo de robo.

Debemos saber que Viajar en la Edad Media no era barato. Olvidémonos de los peregrinos y de los frailes mendicantes con zurrón y sandalias y con la bolsa vacía: no son los viajeros más representativos. En una época característicamente falta de dinero en efectivo, se manejaba más numerario en los gastos de viaje que en las transacciones mercantiles donde la mayor parte de los intercambios se resolvían por trueques de artículos pagando en metálico sólo la diferencia. Las cifras nos indican que quien quería y podía hacer las cosas como es debido tenía que gastar en un viaje tanto dinero como lo hacemos nosotros en la actualidad. Puede que los capítulos de gastos no fuesen precisamente los mismos, pero había múltiples ocasiones de tener que aflojar los cordones de la bolsa.
Los Albergues, posadas y ventas estaban en las ciudades y en los caminos principales para el uso de mercaderes, banqueros, sacerdotes, peregrinos, frailes, estudiantes… que preferían pagar a cambio de cierto servicio y limpieza. Eso si, como nos indican los regidores de Castilla la Vieja en Enero de 1796, todavía estaba la costumbre de compartir cama con otro viajero.

Si se hace referencia a la organización del hospedaje, hay que mencionar que podría realizarse una separación de tipo urbanístico-funcional: las lonjas se destinaban al albergue de las mercancías, al guardado de los carruajes, las bestias de carga, etc., mientras en las posadas o fondas se albergaban los mercaderes. A su vez, los albergues eran complejos capaces de acoger a grupos de viajeros y caravanas de mercaderes, hecho que explica en gran medida sus grandes caballerizas. Podríamos decir que es la recuperación de las viejas “manssio” romanas.

Tampoco solían faltar en las ciudades y pueblos, las tabernas y las casas de baños (Bueno, esto último algo, mucho, menos). Las tabernas eran lugares fáciles de encontrar, por su desarrollo y difusión.

¿Y los Hoteles? Porque ahora sólo existen hoteles (ni las pensiones se valoran).Parece ser que surgieron en Italia. Los italianos llamaron hotel a las casas de alojamiento que por su lujo parecían palacios franceses (u Hoteles). El tamaño era una característica distintiva en muchos de estos. Por ejemplo, el Hotel de Padua, construido hacia 1450, contaba con un establo para 200 caballos. Si lo equiparamos a un hotel con garaje para 200 coches…
Finalmente hablemos, someramente, de los Hospitales que eran el centro multifunción por excelencia. Evolucionan desde los asklepieîa griegos (para el tratamiento de enfermos) y de los hospitales que los romanos mantenían para sus soldados. Durante el Medioevo el cristianismo influyó para que el hospital alcanzara un gran desarrollo. El hospital medieval es el lugar donde se lleva a cabo la hospitalidad, lo cual es de Perogrullo pero que se le va a hacer. ¡Y era gratuito! (Una de las pocas labores eclesiásticas que reflejan la fe de Cristo).

Así en ellos se llevaban a cabo tres actividades: el hospicio para los mendigos, el hospedaje para los peregrinos y la acogida y cuidado de los enfermos. Incluso, hubo hospitales que, a veces, eran utilizados como lugar de alojamiento por estudiantes.

Reconocemos con ello la presencia de viajeros “pudientes”, como León deRosmithal, que pueden pagar alojamiento y manutención para personas y bestias. Pero no solo los viajeros son acomodados sino también los empresarios de hostelería deben serlo para acondicionar los espacios. Primaba, por supuesto, colocar los negocios en las vías más transitadas para obtener mayores beneficios e inflar los precios.

Los albergues nos ayudan a identificar los principales caminos de la Edad Media en Las Merindades. La primera posada o Albergue documentada es la de San Julián en 1131. Doña Legundia y sus hijos conceden al clérigo Juan una alberguería y heredades en Valdenoceda, Los Hocinos, Dobro, Incinillas y Valdivielso, con la condición de que a su muerte lo donará a San Salvador de Oña y San Pedro de Tejada. Pronto se separa la iglesia de San Julián del edificio del albergue que se llamará “Ventas del Vene” (Bene) en 1203. Estaba al comienzo del camino medieval que asciende por la Mazorra a los páramos de Masa entre los lugares del El Almiñé y Quintana de Valdenoceda (Valle de Valdivielso). Estuvo en explotación durante el resto de la Edad Media puesto que la documentamos en 1241, 1315, 1328, 1411 y 1418.

El conde Gonzalo, de la familia Salvadores, empeña por 82 maravedís al prior de San Pedro de Tejada sus heredades en los Butrones y Valdivielso entre los que se incluye la alberguería del Cuerno (Villalta). En 1222 continuaba en funcionamiento porque se cita en la donación que hace Fernando III del castillo de los Butrones a las Huelgas de Burgos.

En 1320 documentamos otra alberguería en el desfiladero de la Horadada, fundada en este caso por el propio monasterio de Oña sobre el despoblado de Barcenillas que había sido donado al monasterio por la reina Urraca en 1118. Vemos aquí otra faceta de las Ventas: La de favorecer nuevos doblamientos. El albergue se conoció como “Venta de Oña”.
Monasterio de Rioseco
El monasterio de Rioseco tuvo tres ventas:

  • La principal de ellas denominada de “Hocina”, “Afuera”, “Marroquina” o “Medinilla”, que por todos esos nombres se la ha conocido, estaba situada cerca del Ebro a la salida del desfiladero de los Hocinos en dirección a Incinillas. Los servidores que atendían esta venta eran feligreses de Nuestra Señora de los Parrales, iglesia dentro del coto del monasterio de Rioseco. Tenía origen en la donación de Alfonso VIII en 1186.
  • La venta de “Valdemera” o “Adentro” se situaba cerca del santuario del mismo nombre en lo alto de la Tesla, junto al camino de comunicaba Bisjueces con Valdivielso por la sierra. Como la anterior tenía su origen en dicha donación
  • Aún tuvieron otra venta junto al puente sobre río Ebro entre los lugares de Manzanedo y Manzanedillo. Los restos todavía son visibles, si no me equivoco de posada, tras la última curva antes de Manzanedo desde Incinillas. Esta posada todavía funcionaba en los años cuarenta del siglo XX.

Los viajeros podían disfrutar, si les venía a mano, de la Venta de la Tejera, en el lugar donde estaba la troj (RAE: Espacio limitado por tabiques, para guardar frutos y especialmente cereales) del partido de San Pantaleón de la orden de San Juan de Jerusalén, por lo que no descartamos que se tratase de una venta de la orden.

La arqueología nos identifica algunas ventas más que tendrían su origen en el Medievo, tenemos la Venta y el Prado de la Venta en Mambliga (Valle de Losa), Venta Galerón en Quintanilla Sopeña (Merindad de Montija), Las Ventas en Pradolamata (Merindad de Cuesta Úrria).

Y la siempre generosa toponimia nos ofrece: La Venta de Vallejo; otra en Barcenillas de Cerezos; otra en Virtus junto a lo que fue a lo que Torre Quemada; otra en el camino medieval que ascendía por el puerto de Bocos, a la altura de Barruso; La Venta de Tetuán y La Venta junto al camino de Medina de Pomar a Trespaderne; La Venta Vieja al sur de Pradolamata (Cuesta Úrria); La Venta en Castrobarto y La Venta al oeste de Presillas de Bricia. Además, en el yacimiento medieval de la Legua (Horna), consta otra venta más.
Posada de Villalta
Con todo ello podemos deducir cuales eran las vías más concurridas de entre las que permitían transitar a través de Las Merindades: La que atravesaba el páramo de Masa hacia Burgos, la que llevaba a la Bureba, la que atravesaban Montija y Sotoscueva y la que bajaba por Cuesta Úrria hacia el desfiladero de la Horadada. Vamos, que nuestros caminos no se separan de los que aquellas gentes transitaban.

Bibliografía.
Ocio y viajes en la historia: antigüedad y medioevo (Mauro Beltrami)
Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media (María del Carmen Sonsoles Arribas Magro)
Saber viajar: arte y técnica del viaje en la edad media (Elisa Ferreira Priegue)

sábado, 22 de junio de 2013

"Seres Sacrificados y Sangre Mártir en Peña Horrero de Fresnedo" según Eduardo de Ontañón.

Las tumbas excavadas en la roca constituyen uno de los vestigios arqueológicos más abundantes en la Península Ibérica, incluidas Las Merindades. Por supuesto no nos referimos a tumbas tipo la de La Resurrección sino tumbas tradicionales pero en lugar de excavarlas en la tierra (muy fácil) lo hacen en roca (nada fácil).

Cartel Peña Horrero

Por su propia naturaleza constructiva, casi ninguna ha conservado restos humanos, ni ajuares y todas se hallan arqueológicamente descontextualizadas. El resultado es que no suelen usarse en los estudios sobre la Alta Edad Media. Si a esto le sumamos la despreocupación por la arqueología del medievalismo y la mayor consideración de los periodos post-romano y alto medieval con respecto a las épocas romana y feudal, lo tenemos todo dicho.

A. del Castillo estableció una primera fase, aproximadamente del siglo VII, caracterizada por la presencia de las tumbas de bañera. A ella le seguiría las denominadas tumbas antropomorfas, que tendrían su periodo de vigencia durante la repoblación por parte de los mozárabes procedentes de al-Andalus en torno a los siglos IX y X. Esta cronología difusa sigue aplicándose en la actualidad a pesar de basarse en una serie de hipótesis e interpretaciones que hoy en día resultan insostenibles.

Otros investigadores han planteado propuestas distintas. J. López Quiroga y M. Rodríguez Lovelle consideran que los inicios de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca, incluyendo las antropomorfas, deben situarse a finales del siglo VII, aunque serían entre los siglos VIII al X cuando se produjo su momento de máximo uso. Su presencia se vincularía a ciertos cambios sociales, generándose un poblamiento en áreas hasta entonces marginales.

Las necrópolis son reflejo de una sociedad. Reflejan las estructuras de poder de los vivos. Un elemento destacado es la deposición de ajuares, en especial de objetos que simbolizaban la riqueza o el poder. Tales materiales servían para subrayar el prestigio y estatus social de determinadas familias. El rito de inhumación exigía la presencia de una audiencia, la deposición representaba públicamente el dominio social (Tenemos tanto que nos podemos permitir tirar cosas).

En los siglos VII y VIII se produjo una disminución en la riqueza de los ajuares, acelerándose la tendencia hacia la consolidación del enterramiento sin ajuar. ¿La causa? Consolidación de los cauces de dominio y la influencia de la Iglesia, cuya proyección social permitió que buena parte de la inversión aristocrática destinada a fortalecer su estatus se dirigiera precisamente hacia ciertos centros de culto locales o hacia nuevas prácticas distributivas.

Bueno, la pregunta que nos ronda es ¿Por qué en roca? La evidencia parece inclinarse hacia la opción de un emplazamiento en zonas baldías. Y en Las Merindades debían abundar éstas porque hallamos muchas tumbas utilizadas a lo largo del periodo comprendido entre los siglos VIII a XI: Cigüenza, Bocos, Quintanamaría, Montejo de Cebas, Villabáscones, Quejo, Corro, San Juan de Hoz en Cillaperlata, San Pantaleón, y Peña Horrero, cerca del pueblo de Fresnedo. Nuestros cementerios, alto medievales en su mayoría, están en rocas de arenisca, la más fácil de trabajar. Cumplen los cánones formales, es decir, forma de bañera o forma del cuerpo humano con hueco para la cabeza, parte para el cuerpo con contorno de hombros, y pies.

Peña Horrero, en la pedanía de Fresnedo y pegada Gayangos, se caracteriza por tener muy definidas su acrópolis, o zona de vivienda, y su necrópolis, o cementerio. Ha sido estudiado por numerosos investigadores, desde el presbítero Antolín Sáinz de Baranda, a finales del siglo XIX, hasta las observaciones de Jesús María Méndez en su trabajo publicado por el C.I.T. de Medina de Pomar.

Necrópolis y acrópolis se corresponden con dos series de crestas separadas por una falla. Junto a la elevación rocosa más meridional hallaremos una pequeña fuente con abrevadero y, frente a ella, el único acceso a la necrópolis facilitado un tanto por la existencia de varias oquedades en las que apenas se pueden apoyar los pies.

Unas cincuenta sepulturas antropomorfas y de bañera, de distintos tamaños, en desigual estado de conservación, excavadas en la piedra y orientadas este-oeste, ocupan toda la plataforma, algunas de ellas casi tapadas por arbustos. En un plano más elevado, al que se llega merced a unos escalones toscamente labrados, encontramos una plazoleta de unos 25 o 30 metros cuadrados, abierta a Occidente, desde la que se domina la zona de tumbas. Está marcada por lo que parece un pretil.

En la otra elevación rocosa, la situada al norte, de mayores dimensiones, se asienta la que fuera acrópolis o lugar de reuniones y vivienda, Para llegar a ella habremos de rodear la roca por la parte contraria a la que llegamos y pasar bajo una especie de visera rocosa en la que se ven las oquedades que sirvieron de alojamiento al entramado de madera que, seguramente, habilitaba el espacio para redil o refugio. Al final de las campas, una pequeña senda nos permitirá subir a la parte alta de la roca en la que enseguida advertiremos signos de habitación humana, como hoyos para recoger el agua, hornacinas, puestos de vigía, repisas y numerosos huecos tallados para encajar vigas, soportes y entramados que facilitarían los desplazamientos por la zona.

En la parte central, en un resalte rocoso de su arista oeste hay media docena de escalones perfectamente labrados que, aparentemente, no conducen a sitio alguno, constituyendo un misterioso y críptico mensaje.

En esa misma zona se yergue, solitario, un vertical espolón rocoso en cuya cara este se ve una figura labrada que parece representar una gran ave con las alas abiertas.

Pero, tras la descripción actual les invito a conocer como se veía este yacimiento arqueológico en 1884 y en 1930. Como en otras ocasiones les advierto sobre las formas de escribir entonces y sobre las inexactitudes que puedan encontrar.




Empezaremos con un artículo en formato carta publicado en el periódico republicano y anticlerical, fundado por un medinense, Ramón Chíes, LAS DOMINICALES DEL LIBRE PENSAMIENTO:

“Mis queridos amigos: La lluvia y el frío me impiden hoy hacer las acostumbradas correrías científicas y dedico el día a comunicarles mis impresiones respecto al país que piso y á la estación prehistórica descubierta por nuestro ilustrísimo amigo el Sr. Sainz de Rueda.

En no muy ligera diligencia hice mi viaje desde Briviesca á Medina de Pomar, pueblo que á alguno de Vds. le despertará los felices recuerdos do la infancia trascurrida bajo loa viejos techos de solariega casa, que tuve el gusto de visitar.

El viaje es largo, pero lo amenizaron bastante las destempladas imprecaciones de dos clérigos que en el interior del coche venían condenando á las ideas modernas y recordando los tiempos en que dominaba el fanatismo religioso por las merindades de la Vieja Castilla. No quise asustarles y mudo, por un lado contemplaba los cerros que á los lados de la carretera se elevan cubiertos de frondosa vegetación, y con el oído bien despierto no perdía ni una de las chabacanas frases que mis tonsurados compañeros de viaje lanzaban.


Más acostumbrado á los esqueléticos peñascos meridionales que á las vestidas montañas del N. no puedo menos de agradarme la preciosa perspectiva que ofrecen las escarpadas colinas cubiertas de tupido bosque, agitándose, al parecer, con el soplo agudo del viento que casi continuadamente se desliza en estas altitudes: los estrechos desfiladeros de Horadada, entre Trespaderne y Oña, por los que el Ebro atraviesa, que dan paso á la carretera, forman encantador panorama que se ensancha al penetrar en los valles, donde multitud de aldeas, casi pegadas unas á otras, dicen muy alto cuál es la laboriosidad de los honrados habitantes de esta comarca.

En Medina esperábame el Sr. Sainz de Rueda con su coche, que nos condujo á la residencia veraniega de Baranda, preciosa quinta colocada en el centro de la extensa Merindad de Montija y desde donde se descubren numerosas aldeas cuyas blancas casas resaltan sobre el verde fondo del valle surcado en todas direcciones por anchas y bien conservadas carreteras.

Gayangos es un pueblecillo muy próximo á Baranda y notable por el establecimiento balneario cerca de él construido aprovechando riquísimas fuentes sulfídricas que, unidas á los pintorescos alrededores y á la agradable temperatura estival, le hacen incomparable para quien desee aprovechar las virtudes de sus aguas medicinales y mitigar la acción del sol en los meses de su mayor esplendor.

La estación prehistórica está situada muy cerca del balneario, pero pertenece ya al término de Fresnedo en la Merindad de Castilla la Vieja, Mi primera visita fue al día siguiente de la llegada, y por cierto que de Villarcayo habían acudido algunas personas sabedoras de la misión que allí me llevaba. El Sr. Sainz de Rueda me fue poco á poco mostrando las señales que el peñasco ofrecía y que describió en su primera carta á LAS DOMINICALES, señales que me llamaron profundamente la atención, subiendo está a su mayor grado cuando llegamos al cementerio situado en un extremo do !a población peñasco ó saxopolis, como acertadamente le llama dicho señor.

Para mí aquel era el punto más importante; las numerosas sepulturas, cuyos contornos aparecen á primera vista, contienen restes humanos de cuyo estudio ha de deducirse la historia de los hombres que habitaron el peñasco. Pudiera en cortos párrafos describir ahora los numerosos detalles encontrados en la roca que indican claramente la obra del hombre primitivo y las deducciones que el estudio de las sepulturas y los restos encontrados me han sugerido, pero juzgo mucho más conveniente esperar algún tiempo y dar un completo conocimiento de todo á los ilustrados lectores de LAS DOMINICALES cuando el detenido examen de los cráneos que existen en mi poder y serio estudio da todos los detalles, me permita hacer las afirmaciones fundadas en el sólido cimiento de los hechos. No obstante, desde luego afirmo que el Peñasco de Gayangos es una estación del hombre primitivo, que ofrece una grandísima importancia para el conocimiento de los orígenes de nuestro pueblo, puesto que no existe en España estudio serio que nos permita afirmar cuáles han sido los primitivos pobladores de la Península Ibérica, que en él se han de encontrar numerosos restos tan necesarios para constituir la colección antropológica de nuestro Museo nacional de Historia natural, y que no existe en España monumento ninguno perteneciente á tan remotas épocas, como el que ha sido objeto de mi viaje por estas regiones.

Es necesario, si el Gobierno aprecia en algo lo que el sentido común coloca como base del bienestar social, la ciencia, si le mueve el necesario deseo de que nuestra patria no figure á la cola del mundo civilizado en cuestiones científicas, que inmediatamente vigile la estación prehistórica de Gayangos para evitar profanaciones que pueden ser obstáculo al estudio, y que se preceda, cuando la bondad del tiempo lo permita, á verificar excavaciones en derredor del peñasco, pues la continua denudación da las rocas próximas y los arrastres han acumulado al pié gran cantidad do tierra y cantos, entre los que es fácil se encuentren enterrados restos de las viviendas y armas usadas por los habitantes.

Las sepulturas debieron estar recubierta por grandes losas, según se deduce de su simple inspección, y sin embargo, hoy están todas descubiertas, sin duda han sido utilizadas para construcciones; por este motivo la acción de la intemperie es muy enérgica y poco a poco se irán desmoronando y se perderán numerosos huesos, quedando los esqueletos incompletos y dificultando el estudio.

La ignorancia en que se encuentra sumida, desgraciadamente, la mayoría del pueblo español, ha propagado egoístas versiones, y esta es la causa do que muchas sepulturas hayan sido descubiertas, desenterrados los restos que encerraban y perdidos les mil detalles que pudieran haberse observado respecto á la colocación de los cadáveres, utensilios que les acompañaran, etc.

Un detalle digno de tenerse en cuenta: hace más de treinta años una adivina que recorría este país favorecida por el fanatismo que el catolicismo fomentaba sin tropiezo de ningún género, dijo que cerca de Gayangos, en un peñón separado de la montaña, existía escondido un tesoro. La estación de que me ocupo pagó la mentira de la adivina, el pueblo acudió allí y numerosas sepultaras fueron destrozadas; son la mayoría de las que á simple vista se divisan sobre la roca. ¡Cuántos restos preciosos para la ciencia se perderían! ¡Siempre el catolicismo como valla opuesta al progreso! ¡Y aun hay quien lo cree compatible con la libertad humana!


Siguiendo la costumbre que hago ley de mis excursiones, he tenido especial cuidado en examinar cuál es la situación religiosa de este país. Por mil detalles y por conversaciones que sobre-mesa han surgido entre los comensales, que siempre tiene el Sr. Sainz de Rueda, conocedores del país, me he convencido de que el fanatismo ha cedido el paso al indiferentismo, que es la base de la separación de todo dogma y de toda religión positiva. Débese esto al clero, que ha perdido mucho de su antiguo prestigio, según ola decir lamentándose á mis compañeros de viaje. En toda esta región el clero abunda, pero no se impone: en cada pueblo, por pequeño que sea, no falta un cura y siempre las cuatro ó cinco casas que constituyen algunas aldeas se agrupan en derredor do la ni esbelta ni elegante torre de una vieja iglesia; pero el cura es un vecino como otro cualquiera, que, generalmente, se ve precisado á trabajar para comer porque el divino oficio no da lo necesario para las necesidades de la vida y el pueblo es tan malo que no manda decir nada extraordinario y apenas sostiene la diaria celebración de la santa misa.

Una de las impresiones más cómicas que he tenido en mi vida fue en la feria de Medina. Llamábanme extraordinariamente la atención raros personajes de curtida cara y toscos modales, cubiertos por largo y casi-prehistórico gabán, con no menos vieja y respetable chistera de indefinido color, montados en pacífica jaca y guiando unos cuantos bueyes, y unas cuantas vacas; entraban en trato y con todo el arte clásico de refinados chalanes ajustaban la venta de sus cornudos acompañantes.

Yo creí serian albéitares, grado inferior al de veterinario, que aun parece se conserva en ciertas regiones de España, pero me sorprendí cuando mis amables guías me dijeron que…¡¡eran curas!! ¡Verdaderos curas rurales! Menos mal, —dije para mis adentros—no es muy propio el oficio, pero eso no deja de exigir trabajo durante el año.

He visto el caso, y por cierto que no lo repruebo, do estar un cura rural, remangada la sotana, haciendo, con piedra y arcilla amasada, pared en una heredad ayudado del ama. Todas estas cosas y otras que no relato porque nuestro amigo El Motín las ha insertado, prueban que hay aquí más indiferentismo que otra cosa. Ha de hacer mucha mella el libre pensamiento.

Las ideas republicanas cunden y se arraigan por aquí. Débese esto al magnífico ejemplo que dan los veteranos liberales de estos contornos. ¡Siempre el ejemplo fue el mejor medio de extender las ideas de moralidad y de justicia que entraña el credo republicano! Y por cierto que he conocido y he saludado con cariño, y hoy están comprendidos entre mis buenos amigos, valientes campeones del libre-examen y la república, algunos de los cuales conocen ustedes ya.

La carta va tomando grandes proporciones y, aunque mucho podría decirles, hago aquí punto final, no sin felicitarles cordialmente por su valiente campaña, en nombre de los republicanos de esta merindad, de Medina y de Espinosa, y sin poner de manifiesto la cariñosa acogida que me han dispensado todos, en especial nuestro querido correligionario el Sr. Sainz de Rueda, que, no contento con haberme albergado en su preciosa estación veraniega de Baranda, sigue ofreciéndola patrióticamente si continúo los trabajos científicos por esta región castellana. '

Un cordial abrazo á Miralta, mi saludo cariñoso al resto de los colaboradores y Vds. Saben está á la disposición de los santos ideales que defienden su afectísimo amigo y entusiasta correligionario,

ODÓN DE BUEN Y DEL COS.
Gayangos 10 de Octubre de 1884”

Damos un salto hasta el año 1930 gracias al periódico EL SOL del 4 de Diciembre de 1930 que en su sección “Turismo-Viajes” nos habla del lugar:




“Gayangos, pueblo de balneario. Es decir, pueblo que tiene perdido su sabor rural, que se entrega al fácil halago de indianos y veraneantes. Pueblo acostumbrado a la visita, que en seguida enseña su motivo turístico. "Aquí tenemos unos sepulcros prehistóricos", os puede decir cualquier labrador que encontréis en el camino. O, si no, "Unos sepulcros del tiempo de los moros."


Porque el campesino de Castilla atribuye todo lo que está más allá del siglo XVII o XV a esa lejanía difusa. "Tiempo de los moros." Como si dijéramos, época anterior a todo recuerdo vivo. Gayangos tiene también unas charcas perpetuas, alrededor de las que ha urdido una historia medieval para solaz de sus bañistas y visitantes: en el sitio que ellas ocupan ahora se asentaba un pueblo primitivo, que quedó sumergido por la maldición de un peregrino a quien no quisieron dar posada. Casi el tema nipón que Debussy aprovechó de tan graciosa manera en su "Cathédrale engloutie".

Pero ni una piedra histórica, ni un buen retablo, ni las ruinas de un castillo. Sólo, a dos o tres kilómetros del pueblo, estos sepulcros, que bien merecen la visita. Hay que tomar un camino muerto, hay que entrar por un vallejo de tierra dura y solitaria, subir y bajar ribazos, escalar una peña... Y después de todo se halla uno sobre un promontorio de roca viva en la que están tallados los sepulcros, guardando la forma del cuerpo que descansó en cada uno: un semicírculo para la cabeza, dos ángulos para los hombros y las líneas casi perpendiculares que bajan a los pies. Esquema del ser humano, espontáneamente concebido en épocas de primitivismo y sinterización.

Las sepulturas tienen una perfecta variedad de tamaños: desde la del niño de meses a la del hombre fornido, que hubiera sido gigante en nuestros días. Más arriba de esta explanada de enterramientos hay una pequeña plataforma, en la que parece descubrirse el lugar de los sacrificios.

Agujeros en la peña, como para atar a los seres sacrificados; bajo ellos, pequeños lechos de roca viva bordeados de canalillos que van a un depósito común, en el que acaso se reunía la sangre mártir. Y presidiéndolo, una especie de pulpito para el oficiante. Acaba en una alta torrecilla, que le da aire guerrero. Todavía se sube a ella por una tosca escalinata labrada en la piedra y se sale a la pequeña plazoleta del final, defendida por grueso pretil.

Magnifica atalaya, dominadora de todo el pequeño valle, que le lame los pies: un valle de tiernas perspectivas virgilianas: pradera, río, fronda. Y hendiduras en las peñas que lo rodean, huecos y resguardos que bien pudieron albergar a un pueblo primitivo. Todas son huellas de su indudable existencia.

Y aquí entran los historiadores. Estos sepulcros se han atribuido a cántabros, godos, celtas y demás razas perdidas. "En 552 parece que godos y suevos pelearon contra los cántabros en la Montaña Alta. Como a legua y media de Espinosa de los Monteros, sitio en que se hallan vestigios de sepulcros cubiertos con lápida", dice la "Historia sobre el origen y soberanía del condado de Castilla", de Gutiérrez Coronel.

Según costumbre, nada llegan a asegurarnos. Uno advierte que la colocación de los sepulcros cara al Oriente, según gentílicas costumbres del Asia, les hace mostrar su origen celta. Otro, que la dominación de los cántabros por estas tierras del Norte bien pudo dejar huellas tan naturales. Alguno no se atreve a decir más que, por presentar los dientes de los esqueletos los extremos planos, pertenecieron a seres que .se alimentaban de hierbas.

Eterna pugna de historiadores. Mientras, el pueblo, más decidido y jovial, queriendo poseer también su correspondiente erudición, afirma rotundamente: "Del tiempo de los moros." Y muestra a cada veraneante, a cada nuevo bañista, su tesoro arqueológico, como cualquiera población medianamente impuesta en sus deberes turísticos.

—Tenemos muchos visitantes—dice un hombre satisfecho— ¡Pero los pastores nos lo están echando a perder!... Levantan piedras, cavan, sacan huesos.Siempre los pastores. Acaso estos de Gayangos, o de Fresnedo, o de Torme, los pueblos que rodean a la peña de los sepulcros, esperan encontrar alguna cosa de valor inmediato, con afán menos puro que el de los hombres de ciencia, pero tan animoso e incansable. Ya, al menos, a una peña de las cercanías que tiene una regular abertura le han buscado su posible origen.

-Esta peña dicen que está hueca y que en ella guardaban "los moros" su tesoro — cuenta mi acompañante.

Y con la sencilla credulidad popular me explica que siendo él niño se entraba más adentro "hasta un arco tapado con piedras".

Dentro de esta misma Merindad de Castilla la Vieja, en el lugar de Arroyuelo, dicen que también han existido sepulcros, "descubiertos al hacer la cava de las viñas". Así los anuncia una "Historia de Medina" y los confirma el recuerdo de los viejos. Pero no hay resto de su existencia, y acaso ni de las viñas. Sólo a este simpático pueblo de Gayangos le pertenece la buena fama de los sepulcros, que muestra ni más ni menos complacido que otros su iglesia o su castillo.

Eduardo DE ONTAÑON”


Finalmente les adjunto el enlace a uno de los mejores Blogs de Burgos para que vean cómo describe la situación en 2013. Sin ánimo de plagio trascribo el texto de Zalez:


Peña Horrero (Zalez)

“Qué difícil resulta la datación de estos misteriosos y fantásticos lugares eremíticos, que por norma general se les fecha a partir del siglo VIII hasta el IX, aunque en muchos casos se prolonga esta ocupación durante un par de siglos más. Peña Horrero se asocia también a lo que llaman Castros de Fresnedo que nos retrotraen a tiempos más lejanos.

Para acceder a la Peña deberemos tener en cuenta su peligrosidad. Se hace a través de cazoletas que apenas dejan apoyar medio pie y de toscas escaleras talladas en roca, pero superado este inicial y corto tramo podremos contemplar unos espacios roqueros fascinantes. En la parte más alta nos encontramos con un recinto tallado en la roca de proporciones medias. En sus bordes se aprecian hoyos en la roca que servirían de apoyo y sujeción de vigas de madera, ya que dicho recinto estuvo cubierto. En la parte media de la peña, diversas hornacinas y talladuras en las paredes rocosas nos hablan de que formaron algún tipo de estancias.

En realidad toda la peña es un compendio mayúsculo de talladuras en el suelo y paredes. Desde esta parte media accedemos fácilmente a la necrópolis en una prolongación hacia poniente de la Peña Horrero. Tumbas rupestres a la vista, pero multitud de ellas medio ocultas entre arbustos y de distintas formas, antropomorfas, de bañera...


Es en el corto y peligroso descenso cuando más precauciones deberemos tomar si no queremos dejar los piños de recuerdo. Otro más de esos parajes que denomino mágicos”.

sábado, 15 de junio de 2013

Hoz de Arreba

Me propongo hablar sobre un pueblo cuyo nombre nos lleva a pensar en un “Instrumento que sirve para segar mieses y hierbas, compuesto de una hoja acerada, curva, con dientes muy agudos y cortantes o con filo por la parte cóncava, afianzada en un mango de madera” (R.A.E.). Pero no, no, no. Esa palabra tiene una segunda acepción que evoca los sonidos medievales, las cabalgadas, las aceifas y el espíritu de la repoblación castellana. Mejor lo entendemos en plural: Hoces. ¿No? ¿Conocen las Hoces del Duratón (Segovia)?

Una hoz es una angostura de un valle profundo, o una angostura que forma un río entre dos sierras. Sería la Angostura de Arreba. ¿Sencillo? No tanto.

Les cuento: ¿Saben el significado de la palabra Alfoz? Alfoz fue introducido en Castilla como una palabra árabe para denotar una pequeña demarcación, coincidía con el hecho de que las demarcaciones se daban en el norte sobre la base de las hoces de montaña. El término castellano hoz confluía con alfoz (derivado de hawz), pues tenía el mismo significado. Esto explica las menciones de una Foz como el centro de un pequeño territorio o demarcación.

Río Trifon (tres Fuentes) en Hoz de Arreba
Hoz de Arreba (detalle fuente)

Venga, entremos en materia. El privilegio de los Votos de San Millán menciona ya este valle. Aparecen también en el libro Becerro de las Behetrias una relación de pueblos entre los cuales figura Hoz. El Alfoz de Arreba existe ya en el siglo X. El Fuero de Cervatos de 999, definido como falso por los historiadores, cita el Cuerno de Bezana y Santa Gadea, seguramente incluidos en la jurisdicción del castillo de Arreba, señorío del conde Salvador González en 1040. Pero lo obtuvo a través de su mujer, hermana de Diego y Nuño Álvarez.

Este valle representó el punto más avanzado dentro de Castilla de los dominios del rey de Navarra García Sánchez. Esto lo sabemos gracias a la escritura de fundación del Monasterio de Santa María de Nájera en 1052. Allí se incluye el valle de Arreba en la donación a Valpuesta (“ex día vero parte ex Alabe terminis usque in Arrepan et Cutelium Castro in Asturiis”).

Por tanto fueron de realengo hasta que pasó al señorío de los Manrique, heredándolo doña Leonor de Velasco de su madre doña Beatriz Manrique. Doña Leonor era abadesa del Convento de Santa Clara de Medina de Pomar y por ser un lugar de difícil administración lo vendió a don Pedro Fernández de Velasco (Escritura hecha en Santa Clara el 25 de agosto de 1488).

Continuaría en la casa de Velasco, quienes ejercían la jurisdicción Civil y Penal, ponían alcaldes y demás oficiales de justicia y les tomaban residencia, hasta el fin del Antiguo Régimen. Concretamente, Hoz de Arreba dependió de los marqueses de Cilleruelo, una rama de los Velasco. Tras la abolición de los señoríos a comienzos del siglo XIX, en la zona, se constituyeron los ayuntamientos de Hoz de Arreba y de Valdebezana

Hoz de Arreba (Casas)

Hoz es nombrado en el Censo de Floridablanca de 1787, en el Bastón de Laredo, partido componente de la Intendencia de Burgos entre 1785 y 1833. Pronto pasa a ser la Provincia de Burgos, aunque también se intenta que sea parte de la Montaña (Santander). Valdebezana formaba parte de la Merindad de Aguilar de Campoo, y lo que después sería el Valle de Hoz de Arreba se encontraba dentro de la Merindad de Castilla la Vieja. En el año 1930, ambos ayuntamientos se fundieron en uno. Dos años más tarde, algunos de los pueblos que habían pertenecido a Hoz de Arreba pasaron al de Valle de Manzanedo. ¡Cómo para discutir sobre fundir ayuntamientos o no!

Hoz de Arreba. Censos 1877

Hoz de Arreba. Supresión ayuntamiento

Hoz de Arreba perteneció al difunto partido judicial de Sedano y hoy forma parte del partido judicial de Villarcayo.

Hoz de Arreba. Iglesia.

Su iglesia esta sujeta a la advocación de San Juan evangelista. Como muchos otros pueblos Hoz disfrutó en su tiempo de Monasterio. Lo conocemos gracias al documento del 4 de septiembre de 1139 en el cual Alfonso VI, con anuencia del Conde Rodrigo Gómez, y del mayordomo Imperial Pedro Núñez, dona al monje Cristóbal y a sus socios la posesión de este monasterio. Pero no solo eso sino que se adjuntó cuanto pertenecía al patrimonio imperial en ella. Establecieron la comunidad el Obispo de Burgos don Jimeno, el arzobispo de Toledo, el obispo de Ávila Íñigo y los prelados de Osma y Sigüenza. Lo que no sabemos es la orden que se asentó en el lugar.

Dicha donación volvió a ser confirmada por Alfonso VII en 1142. En la relación de Basilio Osaba y Ruiz de Erenchun en “Poblados, Monasterios y Castillos desaparecidos en la provincia de Burgos” nos informa que dicho Monasterio figura como desaparecido o en ruinas. Pero lo hubo, ciertamente.


Hoz de Arreba. Casa donde se ubicó el
Monasterio de Hoz de Arreba (Y el reloj de sol).


También se encuentra en ruinas una casa en la calle de la Pradilla, asumida como lugar donde se instaló el Monasterio de Hoz de Arreba, que dispone de un reloj de sol cuya característica más sorprendente es la similitud con el de la iglesia de San Miguel de Langraves (Navarra). Los dos relojes marcan de 5 de la mañana a 7 de la tarde, dividiendo el semicírculo en 10 sectores iguales. En los dos relojes se trazan líneas horarias por encima de la horizontal. Incluso habrían coincidido en la numeración, Pero nuestro constructor se confundió: comenzó a grabar la numeración horaria desde dentro escribiendo el 6 en la horizontal, y cuando llegó a la línea de mediodía advirtió la confusión. La posición de las pocas letras que se conservan legibles permiten reconstruir la serie y deducir que son las iniciales de los meses del año: D - F M A M - - A - - N. Si visitan el pueblo acérquense, está junto a la carretera.

Quizá esa casa en ruinas puede figurar cómo símbolo del cambio de los tiempos. La evolución de su población pasó de 540 habitantes en 1842-43 a 2.032 habitantes en 1920, antes de la fusión. En 2007 el ayuntamiento de Valle de Valdebezana tenía 674 habitantes.

Centrémonos en el año 1894 gracias al “Indicador General de la Industria y el Comercio de Burgos” que con un criterio enciclopédico nos muestra una estampa de Hoz de Arreba. Lo define como lugar de 162 habitantes (No me he liado, cuenta solo los del pueblo, no los del municipio que abarcaba trece centros más), que cultiva cereales y legumbres.

Nos informa que don Valeriano Sainz es el secretario del Ayuntamiento y, también, el maestro de Escuela. Don Domingo Díaz Ruiz era el Juez, auxiliado en sus tareas por don Justo Díaz González (fiscal) y, otra vez, don Valeriano Sainz en funciones de secretario.

No consta el párroco, pero sí el tabernero (¡todavía hay clases!) que respondía al nombre de Ramón Zamanillo. Pero la Iglesia sí que ha tenido un hijo en este pueblo: Don Antonino Zamanillo Rosales (10/05/1928-17/11/2011).

Antonino fue hijo de Heliodoro Zamanillo y María Patrocinio. Fueron siete hermanos de los cuales cuatro fueron religiosos, tres escolapios y una religiosa Calasancia. Fue bautizado en Hoz por don Antonio Ruiz Gallo (Ya ha aparecido un cura, ¿ven?) y toma el hábito escolapio en 1943 y los votos simples en 1944, tonsura en 1948 y votos solemnes en 1949 y, finalmente, sacerdote en 1950. Se dedicó a la enseñanza en Madrid, Getafe, Salamanca y Santa Cruz de Tenerife.

Antonino Zamanillo

Añadimos la antigua existencia de afamados canteros, tanto en Hoz de Arreba como en Munilla, que crearon una jerga propia ya perdida. Así lo estudió Elías Rubio Macos que achacaba su existencia a la escasez de terrenos de cultivo y la puntual superpoblación.

Hoz de Arreba. Pueblo.

Finalmente, en sus inmediaciones está la cueva del Piscarciano que tiene una longitud de más de catorce Km. y está formada por tres oquedades: Las Vacas, Las Arenas y la del Piscarciano (es uno de los más importantes de Europa, junto al de Ojo Guareña).

“Las Vacas” se llama así porque un pequeño grupo de vacas se perdieron por las cuevas a las que dieron nombre y cuando nadie las esperaba salieron por el extremo opuesto, ambos en esta comarca de Las Merindades.


Bibliografía:

“Poblados, Monasterios y Castillos desaparecidos en la provincia de Burgos”
“RELOJES DE SOL DE LA DIÓCESIS DE BURGOS” Pedro J. Novella
“JERGA DE LOS CANTEROS EN EL PUEBLO DE MUNILLA” Elías Rubio Marcos.
Escolapios
“Apuntes sobre la historia de las Merindades antiguas de Castilla”
“El Obispado de Burgos y Castilla primitiva desde el siglo V al XIII”

sábado, 8 de junio de 2013

Castilla la Vieja en armas (Siglos IX-X): Moros y Cristianos.

La edad media es la edad oscura, no solo por la perdida de las luces del conocimiento, sino por la falta de fuentes para conocerla. Trataremos de describir, en sus aspectos físicos, los contendientes que luchaban en la tierra de Castilla la Vieja durante los siglos IX y X.

Vamos a conjeturas, justo es decirlo, pero partiendo de la cierta permanencia de la organización visigoda en el reino astur-leonés. La traducción y conversión del Fuero Juzgo a términos propios de mediados del siglo XIII, nos lo demuestra.

Las crónicas cristianas no hablan del funcionamiento del ejército pero era frecuente que la monarquía reclutase un ejército para hacer frente a la presión musulmana. El reclutamiento, idea ya presente en el reino Visigodo es una necesidad imperiosa. Pues bien, La convocatoria de gentes de armas implicaba la celebración de un consejo con los próximos al monarca, un consejo de guerra.

En Castilla, por su situación y los acontecimientos que se suceden en la zona, nada tiene que ver con el resto del reino de Asturias. Para crear una imagen, aproximada, de la estructura militar en Castilla suponemos una reutilización de los esquemas visigodos (dicho) y la implementación de los restos documentales y físicos supervivientes: composiciones literarias, decoraciones artísticas y aprovechamiento de los restos arqueológicos.
Estructura militar
El Ejército Visigodo estuvo compuesto, en origen, por dos tipos de Tropas: las permanentes y las levas movilizadas para una campaña específica. El Comandante en Jefe del Ejército era el Rey, seguido en jerarquía por los Dux, uno en cada provincia. Por debajo de los Dux estarían los Comes exercitus y siguiéndoles en jerarquía los Thiufados. Estos últimos mandaban sobre unos 1.000 hombres; a continuación se situaba el Quingentenarius, mando sobre 500 hombres, el Centenarius, que ejercía su mandato sobre 100 hombres, y el Decanus, sobre 10. El Rey tenía una Guardia personal, los Regis Fidelis, también conocidos como Gardingos. Esta Guardia personal estaba formada por hombres a los que se les entregaban tierras por su servicio, el beneficium, que comportaba una especial sujeción al Monarca por un compromiso personal de fidelidad. ¿Nos hemos perdido? ¿No? Pues, seguimos.
Además, existían los Ejércitos de los grandes nobles, formados por hombres libres los Bucelarios armados a costa de sus señores. Wamba organizo una guardia personal formada por nobles, los spathari. Otro tipo de fuerzas eran los Leudes, hombres unidos al Rey por un compromiso de fidelidad para defender la frontera. A la manera de los colones del Limes Romano se le entregaban tierras reales en las fronteras para que las defendieran.
Hombres de Armas época Visigótica.
¿Y el reino Asturiano? Pues, puede que siguiese esta línea, o no. Pero con matices: El territorio es menor que el del reino perdido y Asturias es un territorio acosado; Permanecen elementos militares de raíz visigoda. Comites, duces o gardingos serán suplidos por viros, bellatores, milites, caballeros, pedones con funciones aproximadas. (Veremos, para redondear la broma, que los nombres con que se describen a todos estos cargos y funciones, no son fijos).
Así por ejemplo, continúa en los primeros años de la monarquía astur la obligación de acudir al ejército del rey para los hombres libres y se mantiene la tendencia hacia los vínculos privados que señalan la protofeudalización que caracteriza al reino en sus últimos compases históricos.
Tenemos que en el reino de Asturias, luego astur-leonés, se continúa con la práctica de compensar con la entrega de tierras a una colaboración militar ecuestre por parte de los infanzones (Lo que en el mundo visigodo recibe el nombre de donaciones “pro exerdenda publica expeditione”).
Hombres de Armas Siglos V-VII
En cuanto a la tropa, todo hombre libre estaba obligado a acudir a la llamada real, y aquellos campesinos libres que no poseen los medios y los recursos necesarios para cumplir esta obligación, participan con el desembolso del equipo de aquellos que prestan personalmente su servicio. El fonsado (Asimilado en el Fuero de León de 1017) y su consiguiente impuesto que permite la no participación en el ejército del rey (fonsadera) constan documentalmente a principios del siglo IX.
El mecanismo de liberación de las obligaciones militares, por tanto, hubo de estar presente desde los comienzos del reino astur en clara remembranza de la práctica visigoda. Las especiales circunstancias defensivas del reino astur-leonés, no obstante, llevaron a la población a participar más activamente en su organización militar, y tanto más cuanto más cerca de la frágil línea fronteriza que los separa del estado islámico. Lo cual es evidente.
Se entiende así los primeros Castellanos deban ocuparse, personalmente, de la vigilancia de las torres y fortalezas (anubda), documentado desde principios del siglo IX. Junto a las labores de vigilancia como prestación netamente militar, los habitantes del reino astur-leonés, por tanto también los castellanos, están obligados a costear su conservación material canalizada por medio del pago de impuestos como la “castellaria”, “labore ad castellum” o “structione castellarum”.
Pero la inercia histórica es muy fuerte. Dada la constante conflictividad de las tribus cántabras y vasconas, asentadas en lo que luego será la primitiva Castilla, les llevó a mantener e incluso incrementar la práctica romana del levantamiento de innumerables fortalezas en la zona con las que mantener controlada, dentro de unos límites aceptables, la tradicional actitud sediciosa y el rechazo a la integración de estos pueblos.
Además tenemos que la infantería va dejando paso en el protagonismo de las acciones armadas a la caballería, y que se hace necesaria la estabilidad de los hombres encargados de la repoblación fronteriza en los cuidados de la tierra ocupada. Por ello, en el siglo X, aparecen fórmulas alternativas para la prestación militar de los peones, destinadas a cubrir necesidades más elementales para los fonsados organizados desde la corona. Por ejemplo, las leyes de Castrojeriz de 974 permiten que uno de cada tres peones que han de acudir al ejército, supla su presencia con la aportación de una mula destinada a operaciones de intendencia; exenciones y privilegios que abundan en Castilla a partir del conde Sancho García.
Mirémosles, no hay profesionalidad, abundan los lazos de fidelidad personal para el reclutamiento… nada bueno para enfrentarse a los moros. Poco a poco, fruto de la necesidad, las cosas cambian. El “armiger” o “alférez” se encuentra en la documentación leonesa y castellana de la primera mitad del siglo X, y presumiblemente ostentaría la dirección real de los ejércitos, reales o condales. Posteriormente, el Alférez será el portaestandarte. En otras ocasiones los diplomas citan al “merino”, al que probablemente correspondan, además de sus funciones estrictamente militares, otras de tipo judicial, gubernativas e incluso fiscales.
Otras figuras que aparecen dentro de esta peculiar organización defensiva-ofensiva son:
  • Mesnadero: comandante de la Mesnada, compuesta de peones y jinetes.
  • Decenario: Posiblemente su segundo.
  • Anubdator: Para algunos autores sería el encargado del alistamiento.
  • “sayones”, “añafiles” y “atalayeros” destinados a transmitir las ordenes y dar la alarma haciendo sonar sus cuernos de guerra, y "Servidores de Abnudas y de Almenas”, encargados de la alimentación y la fortificación, “Escoltas” para la seguridad y “Escuderos”.
  • Atabalero, cetratos, lanceros, arqueros…
Será a principios del siglo XI cuando veamos un cuerpo de élite profesional, sin que ello suponga la ausencia de lazos de vasallaje con respecto al rey o a alguno de sus más inmediatos colaboradores: los “milites palatii”. Así pues, únicamente podemos hablar de la existencia de una “militia regis” compuesta por guerreros vinculados por lazos vasalláticos, directos o indirectos, al monarca, pero en absoluto de un ejército debidamente coordinado y profesionalizado.
El caso concreto de Castilla, como ya hemos mencionado en alguna ocasión, queda relativamente al margen del funcionamiento habitual del ejército astur-leonés. El hecho de que en los últimos años del reinado de Alfonso II y durante todo el de Ramiro I los ejércitos asturianos no pisaran suelo castellano, puede muy bien ser la clave que explique la aparición del sistema de Jueces.
Guerra y armamento.
Aproximarse a los mecanismos, tácticas e incluso armamento utilizado en los conflictos armados del reino astur-leonés durante la primera ocupación territorial del área castellana resulta casi utópica, porque las fuentes escritas apenas proporcionan información. Ni siquiera es posible garantizar el significado de los términos que sirven para designar a las distintas operaciones militares: bellum, guerra, apellido, fossato, huestes, cabalgadas, son distintas terminologías que, obviamente, hacen referencia a situaciones diferentes.
Ninguna de estas prácticas militares tiene cabida en el escenario castellano de la primera mitad del siglo IX. En todo caso, el apellido como llamada general para la defensa de una población específica, y en forma más improbable el bellum como guerra frente al Islam, serían las convocatorias ejercidas en el tiempo y espacio que son objeto de estudio.
Muy poco más es lo que podemos decir acerca de la estrategia militar, especialmente aquella que hace referencia a la más vieja Castilla. Lógicamente el diseño de las operaciones conocidas y de aquellas otras que pudieran haber tenido lugar en este territorio, son siempre de carácter defensivo y acordes con un equipamiento básicamente de infantería, y por lo tanto buscando el combate en zonas particularmente abruptas y propicias para semejante cuerpo militar.
Pero sobre todo la anubda o vigilancia desde las fortalezas es el gran resorte con que cuenta la monarquía asturiana en la vieja Castilla para conocer con antelación cualquier presencia musulmana en la zona.
Pero supongamos que no queremos escapar, que queremos hacer una “machada” y nos lanzamos al combate. Pues, la estrategia sería coincidente con la mayoría de los reinos germánicos: lanzarse contra el enemigo en formación en cuña para romper de esa manera su dispositivo. Se inicia entonces un combate cuerpo a cuerpo en el que las más desarrolladas y ágiles armas musulmanas ofrecen cierta ventaja a sus ejércitos.
Pero tenemos alguna sorpresa frente a lo que las películas y novelas históricas nos cuentan: Igual que los soldados de la primera guerra mundial, los guerreros medievales excavaban trincheras y practicaban emboscadas. Todo muy útil en la zona Castellana.
Problema importante y decisivo para el buen funcionamiento de un ejército es, y ha sido siempre, la intendencia. Para el avituallamiento general necesitaban de un medio de transporte proporcionado a raíz de la práctica de sustituir el servicio militar por la aportación de una mula al ejército correspondiente. También del mundo visigodo heredarían los reinos cristianos del norte peninsular las prácticas y organización del avituallamiento. En alguna medida se mantendrían por tanto personajes como los “erogatores”, “annonae”, “dispensatores annonae” o incluso los “saiones”, cuyas funciones sobrepasarían las propias del transporte y avituallamiento del ejército.
El rudimentario armamento astur-leonés, el que probablemente utilizaran los defensores de la primitiva Castilla, podemos conocerlo, en alguna medida, a partir de las ilustraciones contenidas en los beatos. Habría armas ofensivas y defensivas, que variarían sustancialmente dependiendo de quien las utilizase, peones o caballeros.
Las ofensivas, y en orden a su efectividad, están representadas básicamente por el arco, la lanza y la espada, entre las que es fácil advertir diferencias importantes de diseño. La aparición de caballeros provistos de arco hace pensar inmediatamente en la incorporación a los ejércitos asturleoneses del cuerpo que ocupara un lugar destacado en la distribución militar visigoda. La crónica de Abderramán III (Córdoba, 891–961) se hace eco de la importancia y efectividad de este grupo en los primeros años del siglo X.
Con respecto a la lanza, suele aparecer en manos de los guerreros de infantería, con la única excepción de los portaestandartes que, eventualmente, pudieron servirse de él para acometer al enemigo. La espada admite más diseños que las armas antes citadas. Largas y cortas, en manos de la infantería y la caballería, denotan la constante y necesaria utilización de un elemento que era el símbolo de la guerra.
La defensa de jinetes y peones quedaba reducida a la utilización de un escudo, habitualmente circular y de pequeñas dimensiones, aunque en ocasiones presentan formas alargadas (Marcando lo que será norma en los siguientes siglos) y tienen mayor envergadura. Es difícil apreciar el material con que los mismos estaban construidos. ¿Cuero?
En algunos casos los peones se protegían la cabeza con cascos semiesféricos y cota de malla, lo que solventaba en alguna medida la fragilidad de su posición en el campo de batalla. Estos mismos soldados aparecen representados con armas más toscas, como mazas, hachas, guadañas, e incluso tan rudimentarias como simples piedras. Vemos que no existía un proveedor uniformizados de la implementa militar. O sea, que no hay uniformidad y son las posibilidades económicas de cada uno las que crean el equipo bélico.
Pero, para más INRI, estos elementos eran muy caros, pura artesanía, Como índice orientativo diremos que una cabalgadura ordinaria estaría en torno a los 50 sueldos, una loriga, 60 sueldos, un yelmo 30 y una espada alrededor de 100. ¿Y eso es mucho? Miren, un sueldo de plata permitiría la compra de una oveja o un modio de trigo. No había para uniformes vistosos no armas de “diseño”.
¿Y los Moros?
Los invasores disponían de varias alternativas (y mucho más dinero):
El ejército profesional: A partir de al-Hakam I (770-822) está documentada la organización, incremento y condición asalariada del ejército. Asalariados dotados de excelente material y de mandos competentes. Su reclutamiento sólo tenía en cuenta las cualidades militares, empezando por la lealtad; de aquí su múltiple procedencia: gallegos (todos los del noroeste de la Península), franco-(del noreste de la Península y de las Galias), eslavos (germanos y eslavos) y norteafricanos (beréberes y negros); este último grupo fue aumentando a partir del siglo IX hasta el final de la monarquía omeya.
La recluta: La leva temporal también fue aplicado en al-Andalus; en el debemos distinguir dos periodos: uno comprende los siglos VIII y IX, y el segundo a partir del siglo X. En el primero la leva estaba dividida en dos grupos: el de los ŷundíes sirios y el del resto de los musulmanes. Gracias a los ŷundíes sirios, que proporcionaban tropas semi-profesionales, fuertes y eficaces, se compensaba la peor calidad del resto.
El voluntariado: Inicialmente y como principio jurídico todo musulmán varón y capaz de llevar armas es un voluntario combatiente por la Fe. Pero, para ello debe tratarse de la ŷihād. La ventaja era que, en la península, toda lucha contra los reinos cristianos fue así considerada. Por tanto, el ejército andalusí contó siempre con contingentes de voluntarios, que durante el siglo X se incorporaron junto con los reclutas al ejército, y cuyo rendimiento era irregular.
Efectivos militares
Se exageraban, punto. Bueno, y se minimizaban en las victorias para magnificarlas. Pero tanto cristianos como moros lo hacían. El sistema menos malo es recurrir a la extensión del campo de batalla y a establecer una proporción fija de bajas por el número de combatientes.
Se acepta que hasta el siglo XI ningún ejército Hispano musulmán superó los 30.000 hombres. En el paso del estrecho de Gibraltar, los baladíes y beréberes de primera hora lucharon con 18.000 hombres; unidos a los aportados por Musa, no superaron los 32.000. Abderrahman I contó con los contingentes de los ŷunds sirios, por lo que sus ejércitos podían contar entre 15.000 y 18.000 hombres. Los ejércitos andalusíes más nutridos corresponden al período del califato, pudiendo rebasar los 50.000 hombres en tiempos de ‘Abderrahman III y rondar los 90.000 en los días de Almanzor.
Organización militar
El ejército, bajo el mando supremo del soberano, constaba de varios cuerpos de 5.000 hombres cada uno, mandado por un amīr (general), y dividida en cinco regimientos de 1.000 hombres mandados por un qā’id (coronel). La división y los regimientos llevaba insignias: una bandera la primera y estandartes los segundos. Cada regimiento constaba de cinco compañías de 200 hombres, cada una al mando de un naqīb (capitán) que llevaba un pendón distintivo. La compañía se dividía en escuadras de ocho soldados al mando de un nāzir (sargento) que llevaba un banderín atado a su lanza.
En orden de aproximación, las unidades iban guiadas por los adalides que eran veteranos afincados en los territorios fronterizos, buenos conocedores del terreno y experimentados en los avatares bélicos. Los informes sobre la retaguardia enemiga se obtenían por medio de espías que eran reclutados de entre los cristianos y judíos, procurando que no se conociesen entre sí para evitar el desmantelamiento del servicio cuando era capturado uno por el enemigo; sus datos eran cotejados por los funcionarios cortesanos. Los servicios auxiliares contaban con médicos, maestros armeros y trabajadores especializados que actuaban como zapadores; finalmente no faltaban poetas y predicadores que acompañaban a la tropa y que narraban las hazañas y encendían la fe de los combatientes.
Mientras tanto, los gobernadores de las provincias debían procurar mantener el estado de revista de las fuerzas de sus coras, revistándolas cuando menos una vez al mes y premiando o castigando a los soldados según la buena o mala conservación de su equipo y montura. Al mismo tiempo, los intendentes militares realizaban el abono de los haberes correspondientes.
Equipamiento
Las tropas montadas eran dominantes. El caballo era el arma fundamental del combatiente que debía disponer de dos, el que montaba y el caballo o mula del escudero. Los caballos eran de raza andaluza o norteafricana y las sillas andaluzas o de estilo norteafricano.
El jinete iba armado de lanza y hacha de arzón; el escudero, y por extensión las fuerzas de infantería cuando las hubo, llevaba pica y maza; posiblemente unos y otros llevaban espadas y dagas. La infantería propiamente dicha empezó utilizando jabalinas, luego el arco árabe y a partir del siglo XI el arco de a pie o ballesta que se tensaba con ambos pies. Como protección se usaban lorigas y cotas de mallas y rara vez corseletes; la cabeza se protegía con el almófar o con casquete metálico, y también solían protegerse los brazos y las piernas. Los escudos de los jinetes eran broqueles o adargas de cuero; los infantes utilizaban escudos de madera chapados de metal y con salientes también metálicos. Este armamento con sus naturales modificaciones se mantuvo hasta el siglo XIII, siendo en gran parte similar al cristiano y advirtiéndose la influencia de éste a partir del siglo XII. Aunque a estas alturas la línea del frente ya quedaba lejos de Las Merindades, siendo difícil que nuestros ancestros hubiesen conocido al enemigo con esta panoplia.
Táctica militares
Podemos dividirlas en tres tipos genéricos de acciones bélicas: expediciones ofensivas, batallas en campo abierto y asedio, y defensa de fortalezas. Las primeras están formadas por las aceifas y las algaras; las aceifas son operaciones ofensivas de amplio objetivo que buscaban la retirada del enemigo a sus bases, su destrucción o debilitamiento, la ruina de las fortificaciones, haciendas y cosechas o la captura de grano, ganado y prisioneros. Las algaras tenían objetivos concretos y limitados a los puntos últimos arriba citados, es decir, los económicos. Vamos, robar.
Arquero a caballo del ejército de 'Abd al-Rahmán III, siglo X. Aparece practicando el "tiro parto". Se trata de una práctica dentro de la táctica del torna-fuye (constantes acometidas y retiradas en las que se bombardeaba al enemigo). Para ello era imprescindible un equipo ligero que no desgastase a la montura, como el que lleva este jinete, cuyo armamento se reduce a un arco compuesto y a una larga espada de doble filo con un pomo esférico y un arriaz de bronce de brazos curvados hacía la hoja. Las fuentes hablan de espadas "árabes" y espadas "indias", sin que podamos detallar sus características formales, aunque parece que las segundas harían referencia a un procedimiento especial de templado de su acero, más que a su procedencia geográfica. La vaina de la espada sería de cuero y/o madera, con la contera metálica. El bocado del caballo se inspira en el encontrado en liétor y la silla de montar, de la que cuelgan cascabeles, sería de tipo bereber, con arzones bajos, lo que le daba mayor ligereza y manejabilidad. Los estribos se llevan cortos, lo que obliga al jinete a doblar las piernas, en lo que se conoce como monta "a la jineta", especialmente indicada para la caballería ligera, con mayor movilidad y velocidad que la monta a la brida con estribos largos. El jinete lleva también acicates para espolear a su montura. Los pinjantes que en forma de media luna cuelgan del peto y del ataharre indicarían que estamos antes un oficial, un naquib -un rango entre capitán y comandante-o El caballo lleva crótalos sobre sus rodillas, y su cola está anudada, dando en una forma trífida que se ha asociado con la principal unidad de caballería del Califato. Cascabeles y crótalos servirían como identificación visual y auditiva y también como factor psicológico, por su sonoridad.
Infante y Arquero del ejército de 'Abd al·Rahmán III, siglo X. Para hacer frente a las acometidas de la caballería cristiana una de las tácticas era disponer a los infantes en vanguardia, en varias líneas, seguidos por los arqueros y con la caballería cerrando la formación. Éste infante, vestido con al-shaya, túnica corta, y con sarawil, calzones, sujeta una lanza, con punta romboidal y un tope esférico. La espada, que cuelga de un tahalí, de doble filo y corta, con unos 50 cm de longitud total. Su escudo es una daraqua, adarga, de cuero endurecido, con remaches metálicos que sujetan el cuero y que, en su interior, habrían servido para asentar el brazal. Los infantes solían contar con dos lanzas, una arrojadiza que se lanzaba primero para luego empuñar la otra, que se blandía contra el enemigo tal y como aquí se muestra, clavada con el regatón en el suelo. Los lanceros protegerían a los arqueros de la embestida enemiga, mientras estos hacían llover sus dardos sobre el contrario. La indumentaria de este arquero se inspira en los que aparecen en la arqueta de Leyre, que parecen contar con una túnica acolchada que les proporcionaría protección. Su arco es compuesto, de los denominados "arcos turcos" elaborado en dos piezas, con su característico perfil convexo doble y la carena de sus extremos. Su carcaj, de cuero, está inspirado en modelos árabes, aunque a tenor de la citada arqueta de Leyre hay autores que interpretan que las flechas se llevarían en un haz sujetas bajo el fajín. Las puntas de las mismas serian de tipo piramidal, con enmangues macizos de sección circular para ser clavados en los astiles. En un momento determinado, ante la presión enemiga, lanceros y arqueros abrían sus filas, rompiendo ordenadamente a sus flancos, para dejar paso a la carga de su caballería.
Ilustración cortesía de don Justo Jimeno
Jinete Noble Cristiano, siglo X. Los guerreros cristianos compartirían muchos rasgos de su equipo con los andalusíes. Sabemos por los diplomas alto-medievales que el atando del guerrero se componía, al menos, de montura y sus arreos, espada y espuelas. Este jinete, noble como muestra su rica túnica, sería un paladín, que a menudo entablaba combate singular contra un campeón adversario, en una ordalía previa al combate cuyo resultado podía ayudar a reforzar la moral del banco victorioso. El caballero de la ilustración no cuenta con cota de malla, protección costosísima y poco frecuente todavía en la época, ni con casco, y su equipo ligero está adaptado a la ágil guerra de movimientos propia de incursiones y algaras. Cuenta con una lanza con cruceta, que servía de tope para que no se introdujera demasiado en el cuerpo del enemigo y facilitar su extracción, así como con una espada importada de tipo carolingio (spata franka). Su escudo es una adarga de cuero endurecido, a imagen de los escudos andalusíes. La silla de montar es de arzones altos, rematados en volutas, de inspiración oriental, y aunque proporcionase una buena estabilidad al jinete aún no se cargaba sujetando la lanza bajo la axila y así los estribos se llevan cortos, para la monta a la jineta. Los pinjantes que cuelgan del peto y del ataharre son decorativos, reflejo de su uso por los caballeros andalusíes, donde habrían sido símbolo de rango en función de su número y ubicación.
Bibliografía:
Organización Militar Visigoda. Departamento de ciencias Histórico-Jurídicas de la Universidad de Alicante.
Sistemas defensivos de la Castilla Primitiva (F. Javier Villalba Ruiz de Toledo. Universidad Autónoma de Madrid)
Ediciones Osprey.
Colección de uniformes del Ejército Español (1910)