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miércoles, 12 de marzo de 2014

Pudo encontrarse el cadáver... ¡Enterrado en la sacristía!

Durante unos cuantos días nos enfrentaremos a dos cuestiones: Un crimen y una prensa salvaje.

Hoy les presento el periódico “El Motín”, que se publicó entre el 10 de Abril de 1881 y 26 de Diciembre de 1925 (Irregularmente), y que se definía como periódico satírico semanal. Como ven toda una declaración de intenciones. El alma Mater de esta aventura fue José Nakens, acompañado por Juan Vallejo.

Primer "El Motín"

Fue una muestra excepcional del periodismo de entre siglos (XIX al XX) que bien como periódico o como revista de tirada semanal, en color, duró 45 años. Una pieza destacable en esta publicación eran los dibujos y caricaturas de Eduardo Sojo, alias “Demócrito”.

No solo era satírico sino también republicano y anticlerical. Lo pudo ser porque se fundó a las pocas semanas de la llegada al gobierno de los liberales de Sagasta tras seis años del conservador Cánovas del Castillo. Nada se salvaba de ser criticado: los conservadores, los funcionarios, las ridiculeces de la clase media… A su vez abogaba por la unidad del partido republicano y la lucha contra el poder del clero.

Llevaban a gala esta lucha contra los ministros de la religión a través de su sección “Manojo de flores místicas". Argumentaban que si “Jesucristo arrojó a latigazos a los mercaderes del templo; nosotros, pecadores humildes, trataremos de imitarse, fustigando semanalmente a los que se olvidan de su ley” Resultó tan impactante que se hicieron ediciones en libros (el primero titulado “Espejo moral de clérigos. Para que los malos se espanten y los buenos perseveren” y dio fama a “El Motín”.




Su anticlericalismo (era la publicación líder en eso) se caracterizaba por su zafiedad pero, en realidad, era más un semanario de crítica política y del sistema de “turnos” que abogaba por defender la unidad de los republicanos y la insurrección.

¡Y todo dentro de sus iniciales cuatro páginas! Pero bien aprovechadas: Incluían un comentario de actualidad, un poema, algunas noticias breves y un grabado caricaturesco sobre la actualidad.

A mediados de la década de 1890 “El Motín” tenía graves problemas económicos causados por las cuantiosas multas impuestas por delitos de imprenta, la pérdida de apoyos y la caída de sus ventas. Su anticlericalismo virulento (tanto o más que el de “Los dominicales del Libre Pensamiento” del que ya hablaremos) perjudicaba a la causa de la República. Eran criticados por sus burlas soeces y su insistencia en los relatos de amores ilícitos entre “clérigos lujuriosos y amas rollizas".

De hecho, diversos obispos llegaron a dictar más de 47 excomuniones contra sus redactores que respondieron excomulgando a los obispos en nombre de “Fray Motín, obispo de la religión del Trabajo en la diócesis del Sentido Común".

Y llegamos al meollo de la entrada, cuando “El Motín” se fija en el asesinato de Zangández. Es en la edición del 26 de Abril de 1888 y dice que…

…“De poco tiempo acá han asesinado los curas: el de Orega á un joven jornalero por la espalda; el de Donadillo al maestro de escuela; el de Membrilla, si otra cosa no resulta del proceso que se le ha formado, á una niña (probablemente hija suya), que apareció enterrada en el corral de su casa; y por si esto era poco, acaba de ser sometido al fallo de los tribunales otro párroco, el de Zangández (provincia de Burgos), á quien todos los indicios y la opinión pública acusan como autor de un horrible asesinato.

He aquí los detalles que ha dado la Prensa de tan salvaje crimen, no atreviéndose á más por hallarse la causa en sumario. El citado presbítero vivía en compañía de una criada joven y próxima á casarse con un viudo de la localidad, matrimonio á que tenazmente se oponía el cura.


"El Motín" 26/04/1888


Un día estuvo un vecino de Zangández en el inmediato pueblo de Ameyugo, donde habita una tía de la moza; y al preguntarle por su sobrina, le contestó que no se la veía por el pueblo. Púsose la tía inmediatamente en camino, llegó á Zangández y corrió á la casa del párroco á preguntar por su sobrina; resultando que ni la muchacha estaba allí, ni el cura acertó á dar explicaciones satisfactorias.

Alarmada la buena mujer, empezó á investigar, acudió á las autoridades, y después de mil pesquisas pudo encontrarse el cadáver... ¡enterrado en la sacristía! El cura á todo esto había desaparecido del pueblo, indicio vehemente de criminalidad; pero al día siguiente del descubrimiento del cadáver fué detenido por la Guardia Civil de servicio en la estación de Calzada cuándo se disponía á tomar el tren en dirección á Francia.

Suponiendo que los indicios lleguen á ser pruebas, ¡qué horror!; mejor dicho: ¡qué serie de horrores! ¡Un ministro del Señor sospechoso de asesinato, y de asesinato con circunstancias agravantes! ¡Un cadáver enterrado en la sacristía de donde ese cura salía diariamente revestido para celebrar misa! ¡Y Cristo bajando á las manos manchadas de sangre de un criminal así! Al saber esto, el hombre de más fe debe vacilar.

Ese cura habrá dicho infinitas veces que debemos amar á nuestros semejantes, y asesina á una débil mujer; habrá declarado que cuanto se encierra dentro de los muros de la iglesia es sagrado, y elige ese lugar sagrado para cometer un crimen horroroso; habrá sostenido la presencia de Jesucristo en el santuario, y lo salpica de sangre; habrá ensalzado la castidad, y todo induce á creer que el móvil que le impulsó al crimen fueron los celos, el pensar que la que fué víctima primero de su lujuria y después de su venganza pasase á poder de otro hombre.

Hay todavía en esto algo más horrible, si resulta cierto: que la víctima se hallaba en estado interesante. ¡Esa criatura á quien ha privado de la existencia antes de hallarse en plena posesión de ella, acaso y sin acaso era sangre de su sangre! ¡Y pensar que si una circunstancia imprevista no lo descubre, ese cura hubiera continuado ejerciendo su ministerio y pasado por un santo, siendo digno de arrastrar un grillete; y decimos esto por ser enemigos de la pena de muerte.

Y que le hubieran sobrado alientos para permanecer al frente de su parroquia, sin el menor remordimiento de su delito, lo demuestra la tranquilidad con que continuó en el pueblo hasta que recayeron en él las primeras sospechas, y la serenidad con que intentó huir al extranjero para evadir la persecución de la justicia.

Ahora bien; ¿qué dicen á esto los inocentes, los hipócritas ó los malvados que condenan la campaña que “El Motín” sostiene incansable contra la inmoralidad del clero? ¿Cómo justifican estos crímenes? ¿Cómo disculpan estas monstruosidades? Porque no es ya un hecho aislado, en que una aberración ó un momento de extravío llevan al hombre más honrado al crimen, no; es que no pasa una semana sin que algún cura atente á la vida ó la honra de un ciudadano; es que el torrente de su corrupción se desborda más cada vez.

¿En qué clase de la sociedad ocurre esto? En ninguna. ¿Qué profesión se distingue por estás atrocidades? Ninguna. Cuatro asesinatos en dos ó tres meses, no hay más profesión que la clerical capaz de cometerlos. Y ¡ay de España si todas dieran ese contingente á la extinción de la especie humana! Pronto quedaría desierta.

Cada hecho de éstos viene á duplicar en nosotros la energía para seguir combatiendo al clericalismo y afirmarnos en la idea de que cumplimos una noble, moralizadora é indispensable misión. La lástima es que no se publique un “El Motín” en cada pueblo, para ver si de este modo dejaban los curas de ser lo que son por temor á que se dieran á luz sus faltas.

Tendremos al corriente á nuestros lectores de lo que vaya descubriéndose en este asunto y pueda decirse, pues no dudamos de que los jueces obrarán con actividad y rectitud. Sería inferirles grave ofensa el suponer que las influencias de la clase á que el presunto criminal pertenece pudieran variar el curso de la justicia. El que haya habido vergonzosas excepciones no da derecho á suponer que no existen en España magistrados íntegros, fieles depositarios de la ley y dispuestos á aplicársela estricta á todo delincuente, pertenezca á la clase que pertenezca y vista el traje que vista.”

¿Ya tienen la sangre hirviendo? Nos han asociado toda una serie de males, reales y ficticios, a la figura del Cura: Asesinos, amancebados, infanticidas, homosexuales, sacrílegos y cobardes. Pero si no les parece suficiente continuaremos la próxima entrada con el ajuste a la realidad.

Por cierto, ¿Cómo se llamaba el cura?

Bibliografía.

“El Motín”.
La Correspondencia de España 22/04/1888

 

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