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lunes, 22 de febrero de 2016

Hispania: del 910 al 940

La última vez que hablamos de la Historia -con hache mayúscula- de Castilla, siempre como parte del reino cristiano del norte que conocemos como Reino de León y antiguamente Reino de Asturias, eran los primeros años del siglo X y el rey Fernando III ejecutaba sus últimos movimientos, alguno de ellos tremendamente erróneo.

Hispania año 910

Estamos en 910. Alfonso III el Magno, es abdicado por sus hijos y el reino, ya de León, se divide:

  • García, el primogénito, se queda con León y es el cabeza de familia. Los otros reyes estarían subordinados a esta corona. Pero tuvo relaciones distantes y conflictivas con Ordoño. Durante su reinado se dieron instrucciones a los tres condes norteños para avanzar hasta la línea del río Duero, clave del sistema defensivo leonés. En el año 912 su suegro Munio Núñez, conde de Castilla, repuebla Roa, Gonzalo Téllez Osma y Gonzalo Fernández de Burgos repueblan Haza, Clunia y San Esteban de Gormaz. Son verdaderos bastiones militares más que aldehuelas. Si nos fijamos el avance de los condes montañeses hacia el sur se produjo en franjas verticales. Pero García I falleció en Zamora seguramente en el 914. Su cuerpo fue conducido a Asturias, donde gobernaba el rey Fruela. Sus restos recibieron sepultura en el panteón de reyes de la capilla de Nuestra Señora del Rey Casto de la catedral de Oviedo. Y el premio se lo lleva Ordoño al no tener García descendencia.
  • Ordoño, con Galicia y Portugal, y luego León. Ordoño II reinará diez años.
  • Fruela, con Asturias.


La nueva frontera de Ordoño II en la ribera del Duero le generó más problemas, claro. No solo el problema de administrar nuevos territorios sino que a los moros no les gustó ni pizca su acercamiento. Gracias a estos últimos se disfrutó de las batallas de Castromoros (916) -San Esteban de Gormaz- con victoria cristiana, Nájera (918) con victoria Navarro-leonesa y Valdejunquera (920) con derrota Navarro-leonesa.

Garcia I, Rey de León

Volviendo al problema de gestión del territorio. El rey de León se encontró con la molestia de la multiplicación de condados y de que sus titulares escapaban al control regio. Si nos fijamos, los condados eran amplios y con segmentos plantados en la costa, en la montaña y en el llano, lo que entorpecía su gestión y, por ello, debilitaba el reino. El año 923, los otrora vencidos en Valdejunquera se coaligaron para arrebatarle a los Banu Qasi La Rioja hasta los confines de Calahorra, tras ocupar Nájera y Viguera. El territorio conquistado fue adjudicado a Navarra, cuya frontera con Castilla quedó fijada a levante de Grañón, Cerezo y Pazuengos. Este retoque fronterizo no solucionaba los problemas. Más bien lo contrario.

Fíjense, en la batalla de Valdejunquera –arriba comentada- los condes del área de Castilla declinaron acudir a la batalla en apoyo de su rey (¡Su rey!). Lo que obligó a Ordoño II a convocar las vistas de Tebular, en las que aherrojó a Abolmondar Albo y su hijo Diego, Nuño Fernández y Fernando Ansúrez. Lo de Abolmondar tiene su miga porque los historiadores no se ponen de acuerdo sobre su identidad más allá de que es el nombre mozárabe Abu Al-Mundhir. Para fray Justo Pérez de Urbel era Rodrigo Díaz y para Margarita Torres era Munio Gómez.


Volviendo al tema, a la muerte de ordoño II estalla una guerra civil en el reino: Fruela hace valer sus derechos y toma la corona. Eso sí, muere de lepra el 925. ¿Paz? No. La guerra continúa entre el hijo de Fruela -Alfonso Froilaz, el jorobado- y tres de los seis hijos de Ordoño: Sancho, Alfonso y Ramiro.

Cuando los hermanos Ordóñez dejaron fuera de juego al hijo de Fruela hubo un nuevo reparto: Alfonso (IV) será rey de León, incluyendo los territorios de Castilla y Asturias; Sancho ocupaba la corona de Galicia y a Ramiro le correspondía reinar en Portugal. Los tres eran reyes, pero la primacía jerárquica correspondía al de León, es decir, a Alfonso. El jorobado, queda atrincherado en un rincón de Cantabria: Las Asturias de Santillana.

Fruela II, Rey de León.

Y el nuevo reparto, ¿no era volver a debilitar a la corona? No. Por el Imperium que se había consolidado desde Alfonso III: varios reinos unidos. El rey, convertido en emperador reparte el territorio entre sus hijos, que actúan como reyes cada cual en su parcela. Y esto no solo servía para la paz dentro de la familia del rey sino también para la Reconquista. Asturias/León se veía como heredero del viejo reino godo y por ello cabeza de los reinos hispanos, tanto cristianos como moros.

Ramiro, no lo pierdan de vista, tiene un pequeño reino entre los ríos Miño y Mondego. Era un hombre de aquella tierra: se había criado allí, bajo el ala del caballero Diego Fernández y su esposa Onega. Se casó con una noble local: Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutier Osóriz y, al parecer, pariente del propio Ramiro. Le dará tres hijos: Bermudo, Teresa y Ordoño.


Ramiro estuvo tranquilo un par de años. Luego todo se desbocó: En 929, su hermano Sancho de Galicia muere, y hereda la corona. En 931 el rey Alfonso IV de León enviuda de la navarra Oneca. Alfonso, que debía de amarla mucho, entra en barrena y se retira al monasterio de Sahagún… ¡Y regala la corona a Ramiro!

Para el 6 de noviembre de 931 Ramiro II se corona como rey de León. ¡Territorios unificados! Toca sacar músculo frente a los demás. Empieza ayudando a los toledanos contra Abderramán. Organiza un ejército, 932, pero no marchará sobre Toledo sino sobre su propia capital, León. ¡¡¿¿Cómo??!! Alfonso, el anterior rey, se ha curado de la depresión y con sus partidarios trata de recuperar lo que ya no tiene. Otrosí, Alfonso, el jorobado, se ha sublevado también.

Aquí veremos otra muestra de la actitud de “mosca cojonera” que tenían los condes fronterizos orientales del reino –parecido a las actitudes de los partidos nacionalistas actuales- cuando Fernando Ansúrez y Gutiérrez Núñez apoyaron a Alfonso IV contra Ramiro II.
 
Ordoño II, Rey de León.

Y Toledo, ¿Por qué la monta? Porque Al-Ándalus estaba en crisis. Su poder mermaba por un vicio de origen que ayudará –y mucho- a los cristianos. Sabed que los moros alcanzaron el poder pactando con la vieja elite hispana, o imponiéndose sobre ella, y ocupando los principales centros de riqueza. Pero no habían sido capaces de construir un sistema político sólido. ¿Razones? Las peleas tribales y étnicas entre los propios invasores; la dificilísima integración de la población autóctona, ya fuera cristiana (los mozárabes), ya conversa al islam (los muladíes); y la ausencia de un poder homogéneo.

Traducido: los invasores -árabes, sirios, bereberes- son una minoría mal avenida que se ha mal repartido las conquistas y que debe dar una parte a las familias poderosas locales que han abrazado la nueva fe para mantener sus privilegios. Todos ellos flotando sobre un mar de cristianos trabajadores.


El valle del Ebro, oficialmente musulmán, no estaba bajo el control de Córdoba. En Extremadura mandaba la familia de al-Galiki (los gallegos) y en Murcia la de Teodomiro. ¿Y en Toledo? Allí por encima y por debajo de los gobernadores enviados por Córdoba, era determinante la influencia de los patricios de la ciudad, de origen hispano; de hecho, Toledo va a vivir en permanente insurrección durante siglos.

Entonces, ¿España mora? Realmente, no. El poder cordobés contempló siempre la islamización de Al-Ándalus como una de sus prioridades políticas, pero, en la práctica, la islamización de la población hispana debió de ser muy superficial. Calculemos: 70% cristianos; del resto la mayoría muladíes. Señoras y señores, con ustedes: ¡Un polvorín!


¡Pero si el mismo emir Abderramán III (912-961) –cuyo poder efectivo no iba más allá de Córdoba y sus arrabales- sólo era en una cuarta parte árabe! Claro que tenía en mente cambiar todo lo arriba señalado. Recuperó el control sobre todo el territorio andalusí. El problema étnico lo solventó comprando “eslavos”, esclavos de origen europeo obligados a convertirse al islam. Y para la superficial islamización de la población andalusí que creaba el problema de la legitimación política y, por ello, de la facilidad de altercados, acentuó la presión de la ley islámica sobre la vida social.

Y en el año 929 se proclamó califa. Jefe político y religioso. Y sus prerrogativas incluían la persecución y castigo de cualquier desviación religiosa, ya fuera musulmana, judía o cristiana.

Alfonso IV, Rey de León

Frente a la situación califal, león parecía estar mejor pero, en este momento, la corona vuelve a estar en peligro. ¿Por qué quiso Alfonso IV, el monje, volver al lío? ¿Estaba aliado con “el jorobado” o este se subió a la ola del monje? No tenemos respuestas. Lo que sabemos, esta sí, es la respuesta de Ramiro: Reclamó su ayuda al rey navarro Sancho I Garcés, se llegó a León, aplastó a los partidarios de su hermano Alfonso y lo encarceló; se lanzó sobre Oviedo y los partidarios del jorobado, los aniquiló y encerró al jorobado y a sus hermanos.

Y les castigó con un clásico godo: todos perdieron los ojos. Y ciegos, fueron recluidos en el monasterio de Ruiforco de Torío. Por fin, manos libres para ayudar a Toledo. Aun así, tuvo tiempo para intentar acabar con el desmadre del oriente del reino y por ello decidió borrar los microcondados comarcanos y encomendar en ese 932 la gestión del macrocondado creado a un hombre joven, incontaminado, miembro de una de las grandes familias castellanas: Fernán González. Tenía bajo su espada los antiguos condados de Álava, Lantarón/Cerezo, Brañosera/Campoo y Lara. Su tarea fue la de unificarles, dotarles de un aparato de gestión, conferirles operatividad geopolítica y defenderles del islam. No consistió en fundar el “Condado de Castilla libre”. Con estos cambios, ¿fin del problema?


¡Por fin! Toledo. La urbe lleva dos años, desde 930, resistiendo el asedio de Abderramán III. Mucho esfuerzo porque era una ciudad símbolo para los cristianos, dominaba el valle central del Tajo y era nudo de comunicaciones entre Córdoba y Aragón.

Pero, Toledo… ¿Por qué la monta? Por mantener su estatus privilegiado frente a Córdoba. Incluso la Toledo musulmana no tuvo reparos en ponerse de acuerdo con el rey de Asturias, Alfonso III el Magno, para derrocar a los gobernadores impuestos desde el exterior y elegir a sus propios patricios.

¡En marcha! ¡A liberar Toledo! Pues no. Ahora tocaba cambiar de esposa para afianzar nuevas alianzas del flamante rey de León. Fuera Adosinda y dentro Urraca, hija de los reyes don Sancho I Garcés y doña Toda de Navarra. La reina Urraca Sánchez dará a Ramiro cuatro hijos: Sancho, Elvira, Teresa y Velasquita.

Ramiro II, Rey de León.

Cuando Ramiro llegó a Toledo ya tenía poco que hacer. Más bien nada. Para resarcirse saquearon Magerit (Madrid) recogió a la población cristiana, que el poder musulmán había desplazado a los arrabales de la ciudad, y la llevó consigo hacia el norte. Y eso fue todo. El 2 de agosto de 932 entraba el califa en la vieja capital goda, que perdía así su orgullosa libertad.

Y estando en estas le llega la noticia a Ramiro de que las tropas moras asomaban la cabeza por la frontera castellana al mando de Abderramán. El mensaje estaba firmado por el conde de Castilla, Fernán González. Los ejércitos de Ramiro llegaron al lugar en muy poco tiempo. Aún no había empezado a apretar el verano de 933 cuando las tropas leonesas salieron al encuentro del contingente moro. Fue en Osma.

Córdoba repitió al año siguiente pero no buscaban atacar Castilla sino el reino de Pamplona. ¡¿Cómo?! Veréis, Navarra se había convertido en una pieza esencial del equilibrio de poder por su situación geográfica. Su control permitiría dividir en dos el área cristiana; tocar a los francos; dominar el valle del alto Ebro; y el del alto Duero.


Y el reino de Pamplona estaba a la deriva. El regente, Jimeno, ha muerto en 931 y doña Toda navega como puede. Como si de un mal culebrón fuese, todos tienen vínculos familiares. Incluso Abderramán III es sobrino de la reina navarra doña Toda. Más aún: como el rey Ramiro II de León estaba casado con una hija de Toda, Ramiro y Abderramán eran primos políticos. Y a río revuelto ganancia de pescadores.

El califa amenazó con asolar Navarra. Doña Toda pidió la paz. Y rindió vasallaje a su sobrino Abderramán III. Éste reconoció a García, el hijo de Toda, como rey vasallo de Pamplona. De regreso a Córdoba entró –arrasando- en Castilla por Grañón, Cerezo, Alcocero, Oña, Burgos, monasterio de Cardeña (200 monjes muertos), Palenzuela, Escuderos, Lerma, Clunia, Huerta del Rey, y Alcoba de la Torre.

No retrocedió hasta que un enjambre de partidas de “caballeros villanos”, campesinos armados, haciendo guerra de guerrillas, empezó a incordiarle a la altura de Hacinas. ¿Y dónde estaba mientras tanto el rey Ramiro II? Estaba camino de Osma para cortarla retirada del califa. Ramiro llegó, en efecto: trabó combate con las tropas musulmanas y les infligió daños de cierta consideración. ¿Y el flamante Conde Fernán González? Supongo que aliviándose mientras el ejército califal se alejaba por Gormaz.

Fernán González

Daba igual. Córdoba había quebrado los reinos del norte y Ramiro quedaba obligado a mover una ficha principal con rapidez y que implicase a Navarra para romper su vasallaje. Difícil.

Empezó por pactar treguas con el poderoso moro (hacia 935). Y, luego –año 937-, se fijó en Zaragoza que era desde donde se controlaba el norte peninsular y donde los tuyibíes zaragozanos desafiaban al califato. Tanto lo desafiaban que se entregaron, con todos sus dominios, a Ramiro quien devolvía el golpe obteniendo el vasallaje voluntario de Zaragoza.

¡Y Ramiro había respetado las treguas con el moro! Sólo habían actuado en un asunto político en un territorio que no se consideraba sujeto al califa. Para remate de la jugada, entre las tropas cristianas acantonadas en Zaragoza había unidades navarras.

Acción, reacción. Abderramán atacó con todo lo que tenía. Y, claro, recuperó lo perdido. Abderramán no paró y enfiló al reino de León. Esta campaña del 938 buscó desolar la frontera del alto Duero. Meter miedo.

En 939 llegó la “Campaña del Supremo Poder” que fue una guerra santa con un ejército de más de cien mil hombres. Un ataque directo contra el corazón del reino cristiano: la estratégica ciudad de Zamora. El 28 de junio de 939 partía Abderramán desde Córdoba hacia Toledo. Una campaña de todo o nada. ¿No era eso algo imprudente? sí. Pero debía solventar la afrenta de Ramiro II y purgar rencillas palaciegas que permitieron en 938 que las tropas leonesas llegaran hasta Badajoz y regresaran por Lisboa cargadas de botín.

Y el moro se lanzó contra el primer obstáculo que se interponía: la fortaleza de Simancas. Allí le esperaba Ramiro II con todo (y Toda, si permiten la broma) que pudo juntar: sus huestes leonesas, asturianas y gallegas; Fernán González y Asur Fernández, condes de Castilla y obedientes a Ramiro; y la reina doña Toda de Pamplona con tropas navarras y aragonesas. Un eclipse (19/07/939) y días de miedo, duda y espera desembocaron en la batalla del primero de agosto. Duró cuatro largos días. El califa se replegó gritando que había cumplido sus objetivos. Pues vale.
Castillo de Simancas

El rey de León decidió perseguir a los fugitivos y destrozó el 21 de agosto a los ejércitos del califa, maltrechos después de Simancas, en un paraje de barrancos y gargantas: Alhándega. ¿Dónde? No lo sabemos. Hay varias opciones. ¿Un barranco cerca de Simancas? Quizá, pero las crónicas dicen que los cristianos persiguieron a los moros durante varios días. Centrémonos, por favor, y pensemos. El califa necesita acogerse a un punto fuerte y se dirige a la fortaleza de Atienza (200 km de Simancas), saquear los pueblos pioneros del Duero y tal. Pasada la comarca de Ayllón, el paisaje se encrespa. Allí debió de ser la hecatombe. O no. Hay más candidatos: Caracena, en tierras sorianas; otros, que Albendiego, en el límite norte de Guadalajara, Tarancueña...

Abderramán III pudo escapar a duras penas. Sobre el campo quedó su cota de malla tejida con hilos de oro y un precioso ejemplar del Corán. Del campamento mahometano trajeron los cristianos muchas riquezas con las que medraron Galicia, Castilla y Álava, así como Pamplona y su rey García Sánchez.


De vuelta a Córdoba, la ira de Abderramán fue… muy suya: Todos los jefes militares supervivientes fueron ajusticiados en público, crucificados ante la multitud. El califa ya nunca más volvería a encabezar una operación militar. Todo el mundo supo de la catástrofe. Las repercusiones de la victoria para el Reino de León fueron importantísimas. Entre otras cosas, iba a permitir que la repoblación descendiera hasta el río Tormes. Las campañas cristianas sobre tierra mora se multiplicarán en toda la Meseta, desde Zamora hasta Soria.

Lo siguiente que debía hacer Ramiro II era organizar el reino. Y en este punto entrarán las tensiones con los señores gallegos y castellanos.




Bibliografía:

“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña” Juan José García González.
“Moros y Cristianos. La gran aventura de la España medieval” José Javier Esparza.


Dedicado a doña Juana en la fecha de su octogésimosexto cumpleaños.




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