Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


lunes, 20 de junio de 2016

El “general” Solana: Batallitas del abuelo carlista.


Volvemos sobre las guerras carlistas -que tantos momentos sorprendentes nos han dado- para bailarlas unidos a la vejez de un faccioso y a una favorable entrevista que, dentro de su costumbrismo, rehuyó cualquier crítica o reprobación al personaje. Si se lo comparan con lo que vivimos en la actual España post terrorista, nada nuevo.

Es un artículo de “tópicos hispanos” que firma nuestro viejo conocido Eduardo de Ontañón y que puntualizaremos (en la medida de lo posible) durante su lectura:

Villasante (1930)

“Lo mismo que la arquitectura, o la ingeniería, o cualquier otro elemento restaurado del panorama, las guerras han creado un paisaje en torno suyo. Y no un paisaje bélico, con el arrasamiento y exceso de rojos que suelen presentarle los pintores, sino algo más esencial y escueto, más sincero; un paisaje de ambiente y recuerdo.

Basta, para comprobarlo, con entrar en este pueblo del final de Castilla –Villasante-, casi rayando con Vizcaya, donde cada torre, cada casa, cada calleja guarda -preciso y estampado- el color de la guerra Carlista, el más pintoresco de nuestros colores.

Más que un pueblo de verdad parece un grabado en madera. O una lámina de la “Historia de las Guerras Civiles”, por Pirala. Así es de estático, de tradicional, de lento. Así tiene pegada a sus muros la calcomanía del siglo pasado.

Con poco esfuerzo sitúa uno por medio de sus calles a carlistas y liberales en plena lucha, disparándose tiros pirotécnicos desde ventanas y campanarios, envueltos en humo y llamas, en todo su elemento de escenografía.

Por eso es grande y alentadora la sorpresa cuando nos enteramos de que todo es verdad, de que las cosas sucedieron con arreglo a nuestra sugestión plástica, de que el pueblo fue en algunas ocasiones “teatro" de la guerra carlista, y tiene su batalla memorable, y su cabecilla, que todavía vive, y sus viejos que recuerdan y su cementerio, con los muertos en la acción de guerra.

Entrada a Villasante desde el Crucero (1930) 

Todo pueblo tiene en sus viejos a los más sinceros, a los más minuciosos cronistas. Pero si el pueblo es de Castilla, donde hay siempre tanta efeméride y tan sabrosa de recordar, las versiones se agudizan y se hacen detalladas y precisas en boca de los viejos. Así en Villasante, donde hay seis, siete, ocho hombres que presenciaron la refriega. Y otros tantos que no la vieron, pero estaban en filas y “conocen otras muchas peripecias'', según uno de ellos me comunica. Ahora quien mejor recuerda en pueblo es el médico, D. Ramón Rueda. A pesar de que por entonces era un chiquillo  -“quince años tenía''-, y guarda las evocaciones rotas, deshilachadas, como en un rompecabezas.

Antes de la batalla, pasó un oficial a caballo por la carretera, y viéndonos en el balcón, nos dijo: “Retírense que va a haber tiros; Anglada se llamaba… sobre las once de la mañana empezó la acción…se oía subir y bajar tropas a galope… En Villasante y los pueblos de alrededor –Bercedo, Quintanilla Sopeña, Noceco estaban los carlistas. Al sur, de El Crucero a El Ribero, los liberales... Los carlistas subieron a la peña, perseguidos por un escuadrón de Albuera. Pero se presentó Navarrete en la peña de Bercedo y se hicieron fuertes. Luego, bajaron a las huertas y formaron el cuadro”. Murieron cinco, que yo vi los cadáveres en la ermita de San Roque, donde tenían los víveres. Uno de los muertos fue el Conde de Agüera; los otros eran también gente de galones.

Uniforme hacia 1874

-¡Qué tiempos de inquietud y revuelta!—digo inconscientemente, haciendo caso al comentario de paz y placidez dictado por el trozo de pueblo manso, solitario, quieto, que se mete por el balcón. -¡Buenos tiempos, amigo! rectifica en seguida el médico -. ¡Más divertido era que ahora! Teníamos música a la tarde! A la mañana salían las tropas por los alrededores, alegrándolo todo con sus uniformes... ¡Ahora no hay nada! (Si vivió seis años más disfrutó nuevamente de los soldados por el pueblo).

De Villasante a Las Machorras, o Las Nieves como ahora quieren llamar al pueblo donde pasa temporadas el general Solana, quien, dirigió la acción carlista de Villasante. De la versión popular a la voz oficial. El viejo general se rodea también de un paisaje empapado de sensación carlista: un campo verde, frondoso, lírico, como el de cualquier valle vascongado. Con prados y caseríos, con un buen color sombrío y campesino que coincide con las estampas de la época.

Ontañón y Solana

La entrevista adquiere sabor oficial.

-¿El general Solana?
-Servidor…
-Deseo saber cómo fue, cómo dirigió usted la batalla de Villasante.
-¡Ah sí! (se atusa el largo bigote blanco de viejo militar) Aquello tuvo poca importancia... Pero, bien: siéntese y escriba.
Y me dicta un verdadero parte oficial (vuelve la palabra “oficial” con sus valores de respetabilidad y seriedad), que, copiado a la letra, es así:

Fue el 15 o el 17 de enero de 1874. (El 16 de enero) Acababa de ser nombrado comandante general de Castilla el general Lirio, que, después de hacerse cargo de las fuerzas de Castilla, emprendió el viaje a la provincia de Santander, pernoctando en Bercedo. El comandante Solana, que mandaba el cuarto batallón de Castilla, pernoctaba en Agüera. En El Haya de Mena, el coronel Navarrete, con las fuerzas de Cantabria. Ese día, el comandante Solana fue a Bercedo a recibir órdenes del general Lirio, cuando en aquel momento se recibieron confidencias de que la columna enemiga que estaba en Medina de Pomar se dirigía, y estaba ya muy próxima, a Villasante.

Soldados carlistas 1873 (Ferrer Dalmau)

Desconociendo el general Lirio las fuerzas que la columna pudiera tener, preguntó al comandante Solana de qué número se componía, respondiéndole éste que aproximadamente serían unos seiscientos de infantería, con un escuadrón de caballería, y que, desde luego, creía que podría atacársela. El general Lirio, desde este momento, mandó a su ayudante a que las fuerzas de Cantabria subieran inmediatamente, dando órdenes al comandante Solana para que tomara posiciones a la izquierda de nuestro flanco, porque la columna enemiga había rebasado el pueblo de Villasante e inmediatamente roto el fuego.

Aunque el periodista Ontañón da a entender que el jefe era este Solana, el propio aludido declara lo evidente: que el mando era Santiago Lirio y Burgos que, aparte de sus tendencias bélicas, fue uno de los fundadores de la Sociedad Anónima de Crédito y Fomento, Banco de Madrid. En el anexo contaremos algo más sobre él.

La Correspondencia de España (07/04/1873)

El comandante Solana, a toda prisa, ocupó el flanco izquierdo contestando al enemigo. Cuando las fuerzas de Cantabria dieron vista a Villasante, el comandante Solana inició el ataque a la bayoneta a las guerrillas enemigas que querían ocupar la peña de Losa. Al repliegue del enemigo, un escuadrón de las fuerzas de Cantabria cae contra el enemigo haciéndole rebasar del pueblo de Villasante por la carretera.

El periódico LAS CIRCUNSTANCIAS (19/01/1874), de sesgo carlista y que sustituyó al clausurado LA ESPERANZA, cifraba las partidas de Zariátegui y Navarrete en una horquilla de 2.500 a 3.000 y las presentaba como contundentemente derrotadas. Les adelanto que el gobierno solo le dejaba republicar noticias de otros periódicos. Otros como EL IMPARCIAL mostraban su enfado porque las fuerzas republicanas no habían perseguido a los carlistas.

Un escuadrón enemigo copaba las afueras y carga sobre el escuadrón de Cantabria hiriendo al capitán gravemente con catorce heridas y a varios voluntarios. En la carga, el comandante Solana hizo catorce prisioneros, retirándose el enemigo a la desbandada; unos en dirección a Villalázara y otros hacia El Rivero, quedando la columna liberal totalmente destrozada y refugiándose en los otros pueblos del partido de Villarcayo. (Parece que no fue exactamente así, como veremos más abajo).


Las fuerzas carlistas, con el Comandante general Lirio, vinieron a pernoctar a Espinosa de los Monteros, prescindiendo de perseguir al enemigo, porque el objetivo principal era ir a Reinosa, Las Caldas y Torrelavega, como se verificó al día siguiente.

De cinco muertos da cuenta el libro parroquial de defunciones que hay en la iglesia de Villasante: don Julián Cañedo y Sierra, capitán y Conde de Agüera; Benito Alonso, cadete; el cabo Abad, que se llamaba Venancio, según manifestación del jefe de las fuerzas; D. Francisco Somobilla, de quien no hay otras noticias que la de que «era natural de Polientes, en el partido de Reinosa», y Melitón Diez, «casado». Los cinco cadáveres que vieron los viejos en la antigua ermita, a la tarde del día memorable.

El conde de agüera aludido debió ser Francisco Julián Cañedo y Sierra, V conde de Agüera, que nació en 1850 y, si la memoria de Gómez Solana es correcta, murió ese enero de 1874. En plena república. El título se rehabilitó en su hermano Cesar en 1875. Aunque en la edición de la “Guía Oficial de España” de 1875 sigue figurando Julián. ¿Errata?

La Esperanza (06/05/1873) 

—Gente de galones todos ellos—repite un hombre. Sobre la muerte del primero, Conde de Agüera, seguramente el que más galones portaba, hay su correspondiente misterio, como conviene a la formalidad del hecho histórico que Villasante recuerda. Mientras el general Solana afirma que no llegó a morir en el combate, sino que quedó tendido con catorce heridas, y al irle a enterrar se dieron cuenta de que todavía tenía vida, los viejos, y con ellos las actas parroquiales, aseguran «que murió en el encuentro.

Lo cierto es que este combate, de alguna importancia puesto que duró toda una mañana y está citado en las historias, da idea de las escaramuzas de entonces. Toda la mañana guerreando, a pecho descubierto, para cinco bajas... Algo que haría sonreír al más inocente soldado de hoy.

—El cabecilla Solana iba en un caballo blanco, ¡bien lo recuerdo!—me dice otro viejo—. Toda la mañana le estuvo haciendo fuego un paisano desde el pueblo, pero no llegó a darle...(si los carlistas estaban fuera del pueblo, en la peña por el lado de Bercedo, y con las armas que podía llegar a tener un vecino -si es que no se la habían requisado- muy difícil hubiera sido acertar a algo que estuviese a más de veinte metros)

Carta de Solana en "El Cabecilla" 30/09/1882

El general se pasea arriba y abajo del corredor. Luz umbrosa y campesina. Parece que todo cuanto nos rodea tiene prendida una remota inquietud guerrera. Desde mi silla, me atrevo a preguntarle:

¿Hizo usted toda la campaña, mi general?
¡Ya lo creo! Desde el principio. Aquí, en este país levanté la primera partida: eran gentes de Espinosa, del Rebollar, y hasta de Losa.

El general tiene ahora setenta y siete años, conservados con extraordinario vigor. «Setenta y siete años y las piernas rotas tres veces», dice él. En la entrevista me da cuenta de alguno de sus hechos de armas.

—Cerré a Martínez Campos en las casas de Garcíbar... Estaba con cuatro compañías, con orden de no atacar, pero no bien llegué a la posición cuando tuve que romper el fuego. Pedí refuerzos y no llegaron. Con todo, empezó el ataque a las tres de la tarde y no tomaron el alto hasta las once de la noche.

Otro recuerdo curioso:

—A Polavieja y a mí nos nombraron tenientes coroneles en la misma acción, cuando Concha levantó el sitio de Bilbao, que allí debió haber perecido con toda la gente que llevaba... (Como se ve, todo un “hombre de paz” como dejan caer actualmente)

Todavía apoya las palabras con un gesto enérgico. Todavía se le disparan al recordar, como si estuviese en plena contienda. O relatando sus hechos de ayer mismo, en el descansillo, inesperado y gozoso, de la posada de un pueblo acabado de conquistar. Parece como si de pronto fuese a aparecer abajo, en la puerta del jardín, el oficial que viene a recibir órdenes.

—A la orden, mi general.

Después de todo, a nadie nos extrañaría demasiado: ni a él, ni a mí, ni siquiera a la casa, acostumbrada a sus idas y venidas de hombre que vela, que espera, que atisba desde el alto corredor. Y menos al paisaje, disciplinado y manso por las lluvias del Norte”.

EDUARDO DE ONTAÑON

La Discusión (04/04/1874)

Ya está. Si nos fijamos, Eduardo Ontañón se refiere a este carlista como Solana. De hecho parece dar por sentado que con ello vale y no nos dice su nombre completo. Cierto es que durante la tercera carlistada se le conocía bajo ese único sobrenombre. Y que los periódicos “de Madrid” lo definían como secuestrador de alcaldes y secretarios municipales, asaltante y ladrón de ganado, especialmente caballos para las unidades del ejército de Carlos VII. Así lo sufrieron Soba o San Miguel de Luena entre febrero y marzo de 1873.

Su nombre completo era José Manuel Gómez Solana. Y aparece durante el primer año de guerra, aquel 1873, realizando cabalgadas por la Montaña de Burgos y Cantabria. La situación era tal que esta –y otras partidas carlistas- cobraban contribuciones de guerra a las poblaciones. Su cuartel general parecía estar en Espinosa de los Monteros aunque se le vio en marzo de 1874 en la villa de Valmaseda.

Otra de las obsesiones de los carlistas eran los registros civiles y así deja constancia LA NACIÓN el 13 de agosto de 1873: “La Gaceta de hoy publica la siguiente noticia relativa a la insurrección carlista: «La partida carlista Solana, compuesta de 24 hombres, entró en Arredondo (Santander), quemando el registro civil y exigiendo contribuciones.»”.

Incluso tenían aduanas en Soncillo y Pozazal que, si actuaban como las de La Puebla, cobraban a los carros por pasar. En aquel caso eran unas 15 pesetas.


Antes de proseguir con nuestra historia de “capa y espada” lo mejor es ponerles en situación. Describirles el entorno en esos momentos de guerra.

Por las Encartaciones y el oriente de Cantabria los carlistas se movían con soltura. Liberales eran Santoña y Castro-Urdiales. El Coronel carlista Navarrete, llegó a entrar en Laredo con cuatrocientos hombres de Infantería y cuarenta caballos, cobrando tranquilamente un trimestre de contribución y duplicando el número de sus jinetes con la requisa de ganado.

La División castellana operaba por la provincia de Santander, más sencilla orográficamente para sus fines. Serán estos los que participen en la batalla de Somorrostro. No profundizaremos en una batalla alejada de nuestro campo de acción pero, ya que el propio Gómez Solana lo comenta, dejaremos constancia somera de los hechos: Los Castellanos del cuarto batallón de Solana estaban colocados en la sierra de Galdames. Hacia allá se dirigió la División liberal de Martínez Campos que fue frenado permitiendo la retirada de otras unidades carlistas.

La pregunta del millón es ¿Los recuerdos de un viejo carlista son la verdad verdadera? Contrastémoslo con otras fuentes, tanto de constitucionalistas como de carlistas.


Según “La campaña carlista” de Francisco Hernando, en Santander se custodiaban 80 millones de pesetas que iban para Madrid. Y habían oído que lo guardaban 50 guardias civiles y 200 soldados. Una operación de esas de entrar y salir con la pasta.

El general carlista Elio pasó la operación al general Torcuato Mendiry y este se la asignó al comandante general de Castilla Santiago Lirio. Tendrá siete batallones, 300 caballos y dos piezas de montaña que se dividieron en dos grupos. Lirio dirigió el tercero y el cuarto de Castilla, el batallón de Cantabria y las compañías de Guías, más dos escuadrones montados de Castilla y uno de Cantabria.

Lirio saldrá a zona republicana por el tradicional camino del Valle de Mena para atravesar Las Merindades hacia Reinosa y, allí, cortar la vía férrea a Santander. Con ello evitaba el posible socorro y la fuga desde la población. Tras ello, se uniría a Mendiry que avanzaría hacia esa capital por el camino de Ramales.

Sabemos que a las ocho de la mañana del 16 de enero salió de Medina de Pomar una columna compuesta por cuatro compañías de Guadalajara (unos 500 soldados), 60 voluntarios de Nouvilas y guardias de la República y 50 caballos de Albuera dirigidos por el coronel Díez Ramos, en busca de la facción de Zariátegui, (1.500 infantes y 200 caballos) encuadrado en las unidades de Santiago Lirio.

 
Revista satírica "La Flaca" (19/03/1875)
Al llegar a Gayangos el coronel Díaz Ramos dispuso franqueasen el camino guerrillas de Nouvilas apoyadas por una sección de Albuera y una de las cuatro compañías de Guadalajara. Detrás marcharían los demás. Roto el fuego contra los tiradores enemigos, se replegaron estos sobre el grueso de sus fuerzas, situadas en fuertes posiciones. La caballería carlista se retiró a un monte a su izquierda donde fue detenida por una compañía de Guadalajara, mientras se generalizaba el combate en el centro y la derecha.

Después de una hora de fuego fueron tomadas las posiciones, continuando la lucha tres horas más. Debilitado el fuego carlista, su caballería se retiró y el jefe de la columna liberal ordenó replegarse sobre Villasante, que tenía a su espalda.

Los cazadores de Albuera y los regimientos de Guadalajara cargaron sobre la retaguardia carlista –incluso a la bayoneta-, dispersándola. La prensa progubernamental indicaba que “los carlistas, en completa dispersión, eran perseguidos por nuestros valientes soldados por las alturas de la Peña de Villasante, Bercedo, Agüera, San Pelayo y camino de Espinosa”.

La Correspondencia de España (01/02/1897)

Por ahora ganan los liberales que dominan el pueblo. Lo que pasa es que todavía falta la segunda parte del combate. Los republicanos estaban dentro de Villasante cuando desde Bercedo apareció el cabecilla Navarrete con 1.000 infantes y 300 caballos. Indico que otras fuentes cifran las unidades de Navarrete en 2.000 infantes y 200 caballos. Con este refuerzo los dispersados soldados de Zariátegui se reorganizaron.

Faltaba una hora para la oscuridad (media tarde) y había que replegarse a Medina de Pomar. Se procedió a evacuar el pueblo ordenadamente. Esperaban el ataque de Navarrete que se produjo en cuanto abandonaron la protección de Villasante. El coronel Díaz Ramos, previsoramente, situó una compañía de Guadalajara, apoyada por la caballería de Albuera –al mando del coronel Fernando Díez- , para rechazarlo.

Por su parte, el carlista Lirio distribuye las fuerzas cántabras y manda avanzar a un grupo de caballería, a las órdenes del capitán Manzano, sobre el pueblo. Encuentra Villasante desierto, y asumiendo que se escapaban los republicanos, Manzano sale tras ellos. A la salida les recibe la andanada del coronel Díaz.

La prensa republicana aireó:

“(…) Terminado con este hecho el combate a las cuatro de la tarde regresó la columna a Medina de Pomar. Las pérdidas del enemigo ascienden a 29 muertos, vistos en el campo, entre ellos un coronel y cuatro oficiales, un oficial y dos soldados prisioneros, cinco caballos y armas, pudiendo calcularse el total en 280 heridos. Las nuestras consisten en un soldado y en un caballo muerto, siete soldados heridos, un capitán y siete contusos y seis extraviados (…).”

¿Quién ganó? ¿Quién perdió? Depende. Los republicanos lograron replegarse ante fuerzas superiores pero dejaron a los carlistas sin neutralizar y permitieron que estos prosiguiesen hacia las montañas cántabras, hicieran noche en Espinosa y terminaran reuniéndose con Mendiry.

Tras intentar tomar Santander y fracasar los carlistas se conformaron con desmontar la vía férrea y cortar el tendido telegráfico. Ante la proximidad de las fuerzas del Capitán General de Burgos, Lirio, Navarrete y Solana se retiraron en dirección a Puente Viesgo y al valle de Toranzo.






Bibliografía:

Periódico “El Boletín del Comercio”.
Periódico “El Imparcial”.
Periódico “El Cabecilla”.
Revista “Estampa”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “La discusión”.
Periódico “La esperanza”.
Periódico “La Iberia”.
Periódico “La discusión”.
Periódico “La Nación”.
Periódico “La regeneración”.
Periódico “Las circunstancias”.
“Recuerdos de la guerra civil. La campaña carlista de 1872 a 1876” por Francisco Hernando.
“Campaña del Norte de 1873 a 1876” por Antonio Brea.
“Batallas en Las Merindades” por Felipe González López y Aitor Lizarazu Pérez.
Revista "La Flaca"



Anexos:

EL GENERAL SANTIAGO LIRIO Y BURGOS: Nació el 1 de Mayo do 1814 en Fuentecilla de Abajo (Valladolid). En la primera guerra carlista se unió al cura Merino y salió de Peñafiel con el batallón realista del mismo pueblo, yendo con él su padre, uno de los jefes del batallón, el día 22 de Octubre, incorporándose a las fuerzas de Merino en La Rioja veinte días después.

Esos voluntarios fueron batidos y el Cura Merino, con veinte jefes y oficiales, incluido Santiago Lirio, pasaron a Portugal el 24 de Diciembre. En Marzo de 1834, organizados dos escuadrones en Portugal, gracias a la protección de D. Miguel, volvieron a España. Durante un año largo operaron en las provincias de Burgos y Soria.

El 26 de Setiembre de 1835 pasaron a luchar en las Provincias Vascongadas y Navarra. Santiago Lirio partió con Gómez, como ayudante del brigadier Villalobos, y, muerto éste en Córdoba, pasó como ayudante del general en jefe al cuartel general.  Fue hecho prisionero y canjeado en Santander. De nuevo en campaña adquirió el empleo de capitán y el grado de teniente coronel.

El convenio de Vergara le permitió pasar con ese grado al regimiento húsares de la Princesa. Abandona el ejército y pasa a América con un destino civil.

Nunca dejó su relación con Carlos VI y sus antiguos compañeros de armas. Y cuando estalló la revolución de 17 de Setiembre de 1868, triunfó el 29, y el 14 de Octubre, Santiago, está en París para servir a su causa. Será ayudante de campo y consejero de Carlos VII hasta que empezó la campaña de 1871.

Abierta ésta ocupó el cargo de subsecretario de la Guerra y, luego, comandante general de la división de Castilla; con ella, emprendió su marcha para coadyuvar al ataque de Mendiry sobre Santander.

Casado con María Vallier tuvo dos hijos, Santiago y José.




LA DIVISIÓN DE CASTILLA: Esta división tenía en 1873 de comandante general a D. Manuel Salvador Palacios, veterano de la primera guerra carlista, en la que había ganado dos cruces de San Fernando y llegado a brigadier, primer jefe de la célebre brigada de Tortosa. Con la nueva carlistada los voluntarios castellanos se dirigieron hacia las provincias vasco-navarras y formaron compañías sueltas, diferenciadas de las unidades de las provincias forales. Llegó a haber en Vizcaya hasta dos batallones castellanos, el del Cid y el de Arlanzón, mandados por Bruyel y por D. Telesforo Sánchez Naranjo, antiguo capitán de carabineros.

Con las compañías sueltas de las otras provincias, con algunas partidas que escaparon de Castilla se refugiaban en el Norte, y con los muchos voluntarios que acudían allá, organizó el general Palacios los batallones de Burgos, Palencia y Cruzados de Castilla, los cuales se refundieron más tarde en dos que unidos a los que había en Vizcaya formaron la División de Castilla, con hasta seis batallones, de los que fueron jefes, en el transcurso de la campaña, además de los ya citados Bruyel y Naranjo, D. Maximiano del Pino, el veterano D. Alejandro Atienza, D. José Manuel Gómez Solana, los antiguos oficiales de infantería del ejército D. Rodrigo Medina (hijo del Marqués de Esquivel) y D. José Rovira y Ladrón de Guevara, Pérez Nájera y algún otro.

Esta unidad participó en las batallas de Somorrostro, Abarzuza y Lacar.



2 comentarios:

  1. Una entrada muy interesante, con datos novedosos. Al contario que sucede con otros oficiales carlistas, poco se sabe de la vida de este personaje que protagonizó muchos episodios de la última guerra carlista en la zona de Encartaciones, Merindades y Cantabria Oriental. Es muy curiosos saber que pasaba temporadas en Las Machorras... Hace poco se publicó un manuscrito adscrito a su persona conservado en por la familia San Cristobal en Sopuerta y sacado a la luz por el trabajo de Javier Colina.
    Un saludo,

    Mikelatz

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    1. Gracias por seguir esta bitácora y por la información complementaria.

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