Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


lunes, 31 de octubre de 2016

Cementerios en Las Merindades y Don Juan Tenorio.


Se acercan las festividades de “Todos los Santos” y “Los fieles difuntos” que durante muchos años eran celebradas mediante la visita a los cementerios y la asistencia a una de las muchísimas representaciones de “Don Juan Tenorio” de Zorrilla que se representaban ya por profesionales ya por aficionados. Y seguro que alguna vez en Las Merindades.

Cementerio de la Orden de San Juan de Jerusalén (Redondo)

Es por ello que, recobrando la tradición, les invito a cenar tras recorrer el cementerio. Junto a nosotros estarán el capitán Centellas (amigo de don Juan), Rafael de Avellaneda (Amigo de Luis Mejia, rival de Tenorio), Gonzalo de Ulloa (comendador de calatrava) y, por supuesto, Juan Tenorio.

Todos sabemos que la acción se produce en Sevilla hacia 1545. Los cuatro primeros actos pasan en una sola noche y los tres restantes, cinco años después, y en otra noche. Es en esa segunda noche donde nos situamos.

Es el cementerio situado donde estaba el antiguo palacio de la familia de los Tenorio. Allí están enterrados don Luis, el Comendador y el resto de las víctimas de Don Juan. Pero también el sepulcro de doña Inés (que había muerto de pena al comprender que don Juan y ella jamás podrán estar juntos a pesar de amarse profundamente).

Cementerio de Arija

Todos, de una forma u otra, se encuentran en el camposanto: (Escena VI)

CENTELLAS. (Dentro.)

¿Don Juan Tenorio?
D. JUAN. (Volviendo en sí.)

¿Qué es eso?
¿Quién me repite mi nombre?
AVELLANEDA. (Saliendo.)

¿Veis a alguien? (A CENTELLAS.)
CENTELLAS. (Ídem.)

Sí, allí hay un hombre.
D. JUAN.
¿Quién va?
AVELLANEDA.
Él es.

CENTELLAS. (Yéndose a DON JUAN.)

Yo pierdo el seso
con la alegría. ¡Don Juan!
AVELLANEDA.
Señor Tenorio!
D. JUAN.
¡Apartaos,
vanas sombras!
CENTELLAS.
Reportaos,
señor don Juan... Los que están
en vuestra presencia ahora,
no son sombras, hombres son,
y hombres cuyo corazón
vuestra amistad atesora.
A la luz de las estrellas
os hemos reconocido,
y un abrazo hemos venido
a daros.
D. JUAN.
Gracias, Centellas.
Cementerio de Cadagua
CENTELLAS.
Mas ¿qué tenéis? ¡Por mi vida
que os tiembla el brazo, y está
vuestra faz descolorida!

D. JUAN. (Recobrando su aplomo.)

La luna tal vez lo hará.
AVELLANEDA.
Mas, don Juan, ¿qué hacéis aquí?
¿Este sitio conocéis?
D. JUAN.
¿No es un panteón?
CENTELLAS.
¿Y sabéis
a quién pertenece?
D. JUAN.
A mí
mirad a mi alrededor,
y no veréis más que amigos
de mi niñez, o testigos
de mi audacia y mi valor.
CENTELLAS.
Pero os oímos hablar:
¿con quién estabais?
D. JUAN.
Con ellos.
CENTELLAS.
¿Venís aún a escarnecellos?
D. JUAN.
No, los vengo a visitar.
Mas un vértigo insensato
que la mente me asaltó,
un momento me turbó;
y a fe que me dio mal rato.
Esos fantasmas de piedra
me amenazaban tan fieros,
que a mí acercado a no haberos
pronto...
CENTELLAS.
¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! ¿Os arredra,
don Juan, como a los villanos
el temor de los difuntos?
D. JUAN.
Mausoleo de los Italianos

No a fe; contra todos juntos
tengo aliento y tengo manos.
Si volvieran a salir
de las tumbas en que están,
a las manos de don Juan
volverían a morir.
Y desde aquí en adelante
sabed, señor capitán,
que yo soy siempre don Juan,
y no hay cosa que me espante.
Un vapor calenturiento
un punto me fascinó,
Centellas, mas ya pasó
cualquiera duda un momento.

AVELLANEDA y CENTELLAS.

Es verdad.
D. JUAN.
Vamos de aquí.
CENTELLAS.
Vamos, y nos contaréis
cómo a Sevilla volvéis
tercera vez.
D. JUAN.
Lo haré así,
si mi historia os interesa
y a fe que oírse merece,
aunque mejor me parece
que la oigáis de sobremesa.
¿No opináis...?

AVELLANEDA y CENTELLAS.

Como gustéis.
D. JUAN.
Pues bien cenaréis conmigo
y en mi casa.
CENTELLAS.
Pero digo,
¿es cosa de que dejéis
algún huésped por nosotros?
¿No tenéis gato encerrado?
D. JUAN.
¡Bah! Si apenas he llegado:
no habrá allí más que vosotros
esta noche.
CENTELLAS.
¿Y no hay tapada
a quien algún plantón demos?
D. JUAN.
Cementerio de Villamor

Los tres solos cenaremos.
Digo, si de esta jornada
no quiere igualmente ser
alguno de éstos.
(Señalando a las estatuas de los sepulcros.)
CENTELLAS.
Don Juan,
dejad tranquilos yacer
a los que con Dios están.
D. JUAN.
¡Hola! ¿Parece que vos
sois ahora el que teméis,
y mala cara ponéis
a los muertos? Mas, ¡por Dios
que ya que de mí os burlasteis
cuando me visteis así,
en lo que penda de mí
os mostraré cuánto errasteis!
Por mí, pues, no ha de quedar
y a poder ser, estad ciertos
que cenaréis con los muertos,
y os los voy a convidar.
AVELLANEDA.
Dejaos de esas quimeras.
D. JUAN.
¿Duda en mi valor ponerme,
cuando hombre soy para hacerme
platos de sus calaveras?
Yo, a nada tengo pavor.
(Dirigiéndose a la estatua de DON GONZALO, que es la que tiene más cerca.)
Tú eres el más ofendido;
mas si quieres, te convido
a cenar comendador.
Que no lo puedas hacer
creo, y es lo que me pesa;
mas, por mi parte, en la mesa
te haré un cubierto poner.
Y a fe que favor me harás,
pues podré saber de ti
si hay más mundo que el de aquí,
y otra vida, en que jamás,
a decir verdad, creí.
CENTELLAS.
Don Juan, eso no es valor;
locura, delirio es.
D. JUAN.
Como lo juzguéis mejor:
yo cumplo así. Vamos, pues.
Lo dicho, comendador.


Vamos ahora al Acto segundo donde se nos une Marcos Ciutti (criado de don Juan). El fragmento que reproducimos se produce en el aposento de Tenorio. Están sentados los tres amigos ante una mesa ricamente servida. Pero hay cuatro servicios de mesa. Uno libre, a la espera de un cuarto comensal: la estatua del comendador.


Cementerio de Villarcayo


D. JUAN.
Tal es mi historia, señores
pagado de mi valor,
quiso el mismo emperador
dispensarme sus favores.
Y aunque oyó mi historia entera,
dijo «Hombre de tanto brío
merece el amparo mío;
vuelva a España cuando quiera.»
Y heme aquí en Sevilla ya.
CENTELLAS.
¡Y con qué lujo y riqueza!
D. JUAN.
Siempre vive con grandeza
quien hecho a grandeza está.
CENTELLAS.
A vuestra vuelta.
D. JUAN.
Bebamos.
CENTELLAS.
Cementerio de Extramiana

Lo que no acierto a creer
es cómo, llegando ayer,
ya establecido os hallamos.
D. JUAN.
Fue el adquirirme, señores,
tal casa con tal boato,
porque se vendió a barato
para pago de acreedores.
Y como al llegar aquí
desheredado me hallé,
tal como está la compré.
CENTELLAS.
¿Amueblada y todo?
D. JUAN.
Sí. Un necio que se arruinó
por una mujer vendióla.
CENTELLAS.
¿Y vendió la hacienda sola?
D. JUAN.
Y el alma al diablo.
CENTELLAS.
¿Murió?
D. JUAN.
De repente: y la justicia,
que iba a hacer de cualquier modo
pronto despacho de todo,
viendo que yo su codicia
saciaba, pues los dineros
ofrecía dar al punto,
cedióme el caudal por junto
y estafó a los usureros.
CENTELLAS.
Y la mujer, ¿qué fue de ella?
D. JUAN.
Un escribano la pista
la siguió, pero fue lista
y escapó.
CENTELLAS.
¿Moza?
D. JUAN.
Y muy bella.
CENTELLAS.
Entrar hubiera debido
en los muebles de la casa.
D. JUAN.
Don Juan Tenorio no pasa
moneda que se ha perdido.
Casa y bodega he comprado,
dos cosas que, no os asombre,
pueden bien hacer a un hombre
vivir siempre acompañado;
como lo puede mostrar
vuestra agradable presencia,
que espero que con frecuencia
me hagáis ambos disfrutar.
CENTELLAS.
Y nos haréis honra inmensa.
D. JUAN.
Camino del cementerio de Medina de Pomar (1994)

Y a mí vos. ¡Ciutti!
CIUTTI.
¿Señor?
D. JUAN.
Pon vino al Comendador. (Señalando el vaso del puesto vacío.)
AVELLANEDA.
Don Juan, ¿aún en eso piensa
vuestra locura?
D. JUAN.
¡Sí, a fe!
Que si él no puede venir,
de mí no podréis decir
que en ausencia no le honré.
CENTELLAS.
¡Ja, ja, ja! Señor Tenorio,
creo que vuestra cabeza
va menguando en fortaleza.
D. JUAN.
Fuera en mí contradictorio,
y ajeno de mi hidalguía,
a un amigo convidar
y no guardarle el lugar
mientras que llegar podría.
Tal ha sido mi costumbre
siempre, y siempre ha de ser ésa;
y el mirar sin él la mesa
me da, en verdad, pesadumbre.
Porque si el Comendador
es, difunto, tan tenaz
como vivo, es muy capaz
de seguirnos el humor.
CENTELLAS.
Brindemos a su memoria,
y más en él no pensemos.
D. JUAN.
Sea.
CENTELLAS.
Brindemos.

AVELLANEDA y D. JUAN.


Cementerio de Villamor

Brindemos.
CENTELLAS.
A que Dios le dé su gloria.
D. JUAN.
Mas yo, que no creo que haya
más gloria que esta mortal,
no hago mucho en brindis tal;
mas por complaceros, ¡vaya!
Y brindo a Dios que te dé
la gloria Comendador.
(Mientras beben se oye lejos un aldabonazo, que se supone dado en la puerta de la calle.)
Mas ¿llamaron?
CIUTTI.
Sí, señor.
D. JUAN.
Ve quién.

CIUTTI. (Asomando por la ventana.)

A nadie se ve.
¿Quién va allá? Nadie responde,
CENTELLAS.
Algún chusco.
AVELLANEDA.
Algún menguado
que al pasar habrá llamado
sin mirar siquiera dónde.

D. JUAN. (A CIUTTI.)

Pues cierra y sirve licor.
(Llaman otra vez más recio.)
Mas ¿llamaron otra vez?
CIUTTI.
Sí.
D. JUAN.
Vuelve a mirar.
CIUTTI.
¡Pardiez!
A nadie veo, señor.
D. JUAN.
¡Pues, por Dios, que del bromazo
quien es no se ha de alabar!
Ciutti, si vuelve a llamar
suéltale un pistoletazo.
(Llaman otra vez, y se oye un poco más cerca.)
¿Otra vez?
CIUTTI.
¡Cielos!

AVELLANEDA y CENTELLAS.

¿Qué pasa?
CIUTTI.
Cementerio de Extramiana

Que esa aldabada postrera
ha sonado en la escalera,
no en la puerta de la casa.

AVELLANEDA y CENTELLAS.

¿Qué dices?
(Levantándose asombrados.)
CIUTTI.
Digo lo cierto
nada más: dentro han llamado
de la casa.
D. JUAN.
¿Qué os ha dado?
¿Pensáis ya que sea el muerto?
Mis armas cargué con bala
Ciutti, sal a ver quién es.
(Vuelven a llamar más cerca.)
AVELLANEDA.
¿Oísteis?
CIUTTI.
¡Por San Ginés,
que eso ha sido en la antesala!
D. JUAN.
¡Ah! Ya lo entiendo; me habéis
vosotros mismos dispuesto
esta comedia, supuesto
que lo del muerto sabéis.
AVELLANEDA.
Yo os juro, don Juan...
CENTELLAS.
Y Yo.
D. JUAN.
¡Bah! Diera en ello el más topo,
y apuesto a que ese galopo
los medios para ello os dio.
AVELLANEDA.
Señor don Juan, escondido
algún misterio hay aquí.
(Vuelven a llamar más cerca.)
CENTELLAS.


Cementerio de Villarcayo

¡Llamaron otra vez!
CIUTTI.
Sí;
y ya en el salón ha sido.
D. JUAN.
¡Ya! Mis llaves en manojo
habréis dado a la fantasma,
y que entre así no me pasma;
mas no saldrá a vuestro antojo,
ni me han de impedir cenar
vuestras farsas desdichadas.
(Se levanta, y corre los cerrojos de las puertas del fondo,
volviendo a su lugar.)
Ya están las puertas cerradas
ahora el coco, para entrar,
tendrá que echarlas al suelo,
y en el punto que lo intente,
que con los muertos se cuente,
y apele después al cielo.
CENTELLAS.
¡Qué diablos! Tenéis razón.
D. JUAN.
¿Pues no temblabais?
CENTELLAS.
Confieso
que en tanto que no di en eso,
tuve un poco de aprensión.
D. JUAN.
¿Declaráis, pues, vuestro enredo?
AVELLANEDA.
Por mi parte, nada sé.
CENTELLAS.
Ni yo.
D. JUAN.
Pues yo volveré
contra el inventor el miedo.
Mas sigamos con la cena;
vuelva cada uno a su puesto,
que luego sabremos de esto.
AVELLANEDA.
Tenéis razón.

D. JUAN. (Sirviendo a CENTELLAS.)

Cariñena
sé que os gusta, capitán.
CENTELLAS.
Como que somos paisanos.

D. JUAN. (A AVELLANEDA, sirviéndole de otra botella.)

Jerez a los sevillanos,
don Rafael.
AVELLANEDA.
Habéis, don Juan,
dado a entrambos por el gusto;
¿mas con cuál brindaréis vos?
D. JUAN.
Yo haré justicia a los dos.
CENTELLAS.
Vos siempre estáis en lo justo.
D. JUAN.
Sí, a fe; bebamos.

AVELLANEDA y CENTELLAS.


Cementerio de Extramiana

Bebamos.
 (Llaman a la misma puerta de la escena, fondo derecha.)
D. JUAN.
Pesada me es ya la broma,
mas veremos quién asoma
mientras en la mesa estamos.
(A CIUTTI, que se manifiesta asombrado.)
¿Y qué haces tú ahí, bergante?
¡Listo! Trae otro manjar: (Vase CIUTTI.)
mas me ocurre en este instante
que nos podemos mofar
de los de afuera, invitándoles
a probar su sutileza,
entrándose hasta esta pieza
y sus puertas no franqueándoles.
AVELLANEDA.
Bien dicho.
CENTELLAS.
Idea brillante,
(Llaman fuerte, fondo derecha.)
D. JUAN.
¡Señores! ¿A qué llamar?
Los muertos se han de filtrar
por la pared; adelante.
(La estatua de DON GONZALO pasa por la puerta sin abrirla, y sin hacer ruido.)

Escena II

CENTELLAS.
¡Jesús!
AVELLANEDA.
¡Dios mío!
D. JUAN.
¡Qué es esto!
AVELLANEDA.
Yo desfallezco. (Cae desvanecido.)
CENTELLAS.
Yo expiro. (Cae lo mismo.)
D. JUAN.
¡Es realidad, o deliro!
Es su figura...., su gesto.
ESTATUA.
¿Por qué te causa pavor
quien convidado a tu mesa
viene por ti?
D. JUAN.
¡Dios! ¿No es ésa
la voz del comendador?
ESTATUA.
Siempre supuse que aquí
no me habías de esperar.
D. JUAN.
Mientes, porque hice arrimar
esa silla para ti.
Llega, pues, para que veas
que aunque dudé en un extremo
de sorpresa, no te temo,
aunque el mismo Ulloa seas.
ESTATUA.
¿Aún lo dudas?
D. JUAN.
No lo sé.
ESTATUA.
Cementerio e Iglesia de Rosío.

Pon, si quieres, hombre impío,
tu mano en el mármol frío
de mi estatua.
D. JUAN.
¿Para qué?
Me basta oírlo de ti:
cenemos, pues; mas te advierto...
ESTATUA.
¿Qué?
D. JUAN.
Que si no eres el muerto,
no vas a salir de aquí.
¡Eh! Alzad. (A CENTELLAS y AVELLANEDA.)
ESTATUA.
No pienses, no,
que se levanten, don Juan;
porque en sí no volverán
hasta que me ausente yo.
Que la divina clemencia
del Señor para contigo,
no requiere más testigo
que tu juicio y tu conciencia.
Al sacrílego convite
que me has hecho en el panteón,
para alumbrar tu razón
Dios asistir me permite.
Y heme que vengo en su nombre
a enseñarte la verdad;
y es: que hay una eternidad
tras de la vida del hombre.
Que numerados están
los días que has de vivir,
y que tienes que morir
mañana mismo, don Juan.
Mas como esto que a tus ojos
está pasando, supones
ser del alma aberraciones
y de la aprensión antojos,
Dios, en su santa clemencia,
te concede todavía,
don Juan, hasta el nuevo día
para ordenar tu conciencia.
Y su justicia infinita
porque conozcas mejor,
espero de tu valor
que me pagues la visita.
¿Irás, don Juan?
D. JUAN.
Iré, sí;
mas me quiero convencer
de lo vago de tu ser
antes que salgas de aquí.
(Coge una pistola.)
ESTATUA.
Tu necio orgullo delira,
don Juan los hierros más gruesos
y los muros más espesos
se abren a mi paso mira.
(Desaparece LA ESTATUA sumiéndose por la pared.)


Bibliografía:

“Don Juan Tenorio” de José Zorrilla.


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