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miércoles, 3 de enero de 2018

Molinos en Las Merindades


Los molinos fueron uno de los más útiles elementos tecnológicos de la antigüedad al permitir producir harina de una forma más eficiente. Menos gente empleada y mayor producción. Estos ingenios pueden ser de agua, de viento, de fuerza animal, de vapor… Pero los que aquí interesan son los de agua que para eso esta es tan abundante en nuestras Merindades. E importante, no lo duden.

Presa en el río Nela en Villarcayo

Pero, y por pichar el globo que en otras latitudes más ombliguistas de España se esfuerzan en hinchar, no es un invento castellano. Vitrubio nos dice que los primeros molinos de agua se emplearon en la Roma clásica. Incluso se empleaban como sierra para cortar madera o piedra.

El molido –por situarnos- es una de las últimas fases de la trasformación del cereal. A partir de los siglos VIII-IX tenemos constancia de su existencia en nuestra zona. En el año 790 figura la donación que efectúa el abad Quelino a su monasterio de Cillaperlata de ciertas posesiones entre las que cita tres molinos en Tobera. También el muy controvertido documento del año 800 –la carta fundacional de San Emeterio y San Celedonio de Taranco y San Esteban de Burceña en el territorio de Mena- firmado por el abad Vítulo y su hermano Ervigio.

En Valpuesta, y a tenor del acta fundacional del monasterio erigido en este lugar y que redacta el obispo Juan en el año 804, se describe la calzada que va a Valdegovía: "et suos molinos in flumine Flumenzillo": De igual forma, en el año 822 se documenta la concesión de unas heredades al monasterio de San Román de Tobillas por parte de su fundador, el abad Avito, entre las que se encuentran "molinos et suas ferragines".

Quintanilla de Valdebodres (Cortesía de "Tierras de Burgos")

Más, hacia el año 872, en la fundación de San Martín de Losa se cita la existencia de "VII molinos iuxta nostra casa" y "Il molinos sub casa in rivo maior''. Ya no se parará, encontraremos molinos por todo el Valle del Ebro.

El molino hidráulico se convirtió en la infraestructura básica para la vida agraria de Las Merindades, sobre todo en el siglo XVIII, cuando fue un elemento técnico esencial. Pero no adelantemos acontecimientos y desandemos –una vez más- el camino hasta los siglos X y XI.

En ese momento los monasterios acumularán patrimonio fruto de las donaciones Reales y de particulares que al ingresar en el monasterio integraban sus propiedades (casas, tierras de labor, prados, viñas, etc.) en la orden. También se produjo un incremento de la natalidad y de la repoblación. Provistos de fueros otorgados por la monarquía en compensación por su arriesgada empresa, los vecinos de cada lugar se organizan en concejos. Estos se dotarán, como antes hicieran los monjes, del equipamiento productivo necesario para llevar a cabo sus actividades económicas (molinos, lagares, hornos, etc.).

Y lo que tenemos, entonces, son elementos comunitarios cuyo uso requirió reparto de tiempos de empleo. En una posesión mancomunada, esta figura consuetudinaria, consolidadas jurídicamente por el uso y la costumbre, eran un bien patrimonial que podía ser transmitido, donado o enajenado como cualquier otro. Y con ello nos enfrentábamos a la multiplicación de propietarios de fracciones menguantes. Esta situación permitía a los pequeños tener su parte de actividad pero facilitaba a los poderosos la comprar progresiva de derechos de molino sin tener que recurrir a los cuantiosos gastos que suponía una construcción. Como si comprasen las acciones de una empresa.

Sea como fuere, el empuje demográfico ejercido durante los siglos XI, XII Y XIII y la roturación de nuevas parcelas acentuaron la construcción de molinos. Esta, además, ayudó a la expansión económica en la Baja Edad Media. La ecuación era simple: Molinos igual a desarrollo económico y mejor alimentación. Así, los monarcas, percibidos de su importancia, incluyen su regulación en los diversos fueros y cartas puebla. Ejemplos en este sentido serían los fueros otorgados por Alfonso VIII de Castilla a Medina de Pomar en 1181 o a Frías en 1202.

Sus articulados conferían a los pobladores ventajas para la construcción de molinos como la libertad de hacerlos, y mantenerlos "a salvo y libre" en sus heredades, así como la plena potestad de tomar el agua que se precise allí donde la hubiera o el acogimiento a determinados beneficios fiscales. Paralelamente surge la competencia a los poderes concejiles y monásticos: la nobleza local.

Molino de Daniel en Arija (Cortesía de www,arija.org)

Y no será una coexistencia pacífica. La importancia del molino lo transmutó en pieza de poder y control. Los poderosos buscaron su monopolio. En muchas ocasiones por la fuerza, impidiendo que los concejos, único contrapoder frente al dominio señorial, construyeran nuevos molinos o controlando el agua.

¿Controlando el agua? ¡Pero si en Las Merindades hay agua de sobra! No era cuestión de escasez sino de propiedad. A pesar de lo que decían las Partidas de Alfonso X y el resto de legislación castellana que publicaban que el uso de las aguas y la propiedad de las riberas de los ríos eran un derecho comunal que regulaba y administraba el concejo nos encontrábamos con los privilegios que los monarcas iban concediendo y renovando –generalmente- a las ordenes monacales. Y, si a pesar de todo, se podía avanzar con la idea del molino estaba el freno económico. Era caro construir uno y eso frenaba a muchos concejos. Vemos así como el gran propietario molinero de Frías en la Alta Edad Media fue el monasterio de Santa María de Vadillo (o Baillo) y eso a pesar de que Alfonso VIII concediera en 1202 a la entonces villa unos fueros que permitían a cada vecino levantar su propio molino.

Vadillo controlaba a lo largo del río Tobera, Molinar o Ranera, los siguientes ingenios:

  • El de la Puentecilla, suyo desde 1428 tras un pleito. A comienzos del siglo XVIII aparece como "pisón o batán para saiales". Según Cadiñanos Bardecí este molino se hallaba a continuación de otro, llamado del Embid, que "a comienzos del siglo XVI, pertenecía al alcaide Fernán Sánchez de Alvarado" y hacia 1700 estaba casi arruinado.
  • El de la Parra. Fue propiedad particular, del monasterio del Espino de Santa Gadea del Cid antes que de Vadillo.
  • El de Ascucha llegó a sus manos gracias a las donaciones.
  • El del Caballero y el desaparecido molino de Rehoyo, situado aguas abajo, donde también estaba el molino de Floria que perteneció al cabildo de San Vicente y aparece documentado en el siglo Xlll.


Si les sirve de consuelo poético, a mediados del siglo XVIII y como consecuencia de la decadencia del monasterio ya no contaba con ninguno. Cosa que no le ocurrió al monasterio de San Salvador de Oña cuyos Benedictinos, por mor de su poder político y económico, dispusieron de los cuatro molinos que funcionaban en la villa en 1752 y de otros en Quintana de Valdivielso y Trespaderne.

Los molinos harineros hidráulicos propiamente dichos, como estamos viendo, están junto a los cauces de agua, pero no la toman directamente del río. El agua canalizada para aumentar su fuerza actúa sobre una rueda que accionará una serie de engranajes, y éstos, a su vez, impulsarían el movimiento en vertical de una piedra de moler.

Molino de Herrán (Cortesía de Terranostrum.es)

El paso de los años, y de los siglos, les mantuvo en su lugar. Con mejoras, eso sí. Continuaron en los cauces de los ríos y arroyos, adaptando sus materiales a los tiempos, pasando de la madera al hierro, etc. A partir del siglo XV serán omnipresentes en el paisaje de Las Merindades sin encontrarnos villa o aldea que no lo tuviese (salvo que no contara con agua o dinero suficiente). Como hemos dicho, fue el siglo XVIII el periodo de su mayor esplendor gracias a los gobiernos ilustrados.

El nacimiento de la máquina de vapor, en la Inglaterra del siglo XVIII supuso el comienzo de la decadencia del molino que fue abandonándose a excepción de los ámbitos rurales donde su uso se perpetuó hasta el siglo XX.

Los modelos de molino que nos encontramos en Las Merindades son: molinos de ruedas verticales (Aceñas) y molinos de ruedas horizontales (rodeznos).


En las aceñas tenemos un juego de engranajes compuestos por ruedas dentadas que actúan según la fuerza del agua, y que dan movimiento a las piedras de moler. Fue descrito por Vitrubio en la antigua Roma. Son esas “norias” de palas que pueden ser empujadas por el agua por arriba o por abajo. De esta tipología encontramos escasos ejemplos: en Valdenoceda, los Hocinos, Medina de Pomar y Frías.

El caso típico en Las Merindades es el molino de rodeznos. En él la rueda se coloca de forma horizontal que es la forma más sencilla de producir energía hidráulica, ya que la fuerza del agua mueve un eje con menos engranajes y éste la piedra voladera del molino.


Hemos comentado la existencia de un canal para el agua que accede a la rueda. Era una forma de controlar el agua. Pensemos que en el deshielo o en el estiaje la maquinaria y la producción se veían afectadas.

El edificio sólo recibía mantenimiento en ocasiones puntuales, como reparaciones de cubiertas, canales, saetines o limpieza. Por otro lado, la maquinaria, de gran resistencia y dureza, sólo requería ser reparada de manera excepcional. De esta puesta a punto del conjunto se encargaba el propio molinero.


Por tanto, teniendo en cuenta la gratuidad de la energía (renovable diríamos hoy) y la obtención de materia prima a través de la maquila, podemos concluir que la inversión económica para mantener en funcionamiento un molino era bastante reducida y no suponía un fuerte desembolso.

En cuanto a los constructores de molinos, la mayoría procedía de la zona norte (Cantabria, Vizcaya o Guipúzcoa). Se trataba, en general, de carpinteros, maestros canteros y albañiles contratados por nobles, eclesiásticos o concejos.

Los siglos XVII y XVIII, a pesar de la crisis, fueron una época próspera en la construcción de molinos: se levantaron nuevas construcciones sobre ríos o arroyos, aunque las actuaciones más abundantes fueron las reparaciones y el mantenimiento y, en menor medida, la reconstrucción total.


El plano tradicional de un molino es la de un edificio de planta rectangular dividida en varias alturas y con cubierta a dos aguas. La sala de la molienda se ubicaba en la planta baja mientras que las plantas superiores servían para almacenar el grano.


Bibliografía:

“Los molinos en Las Merindades de Burgos” de María Jesús Temiño López-Muñiz.
“Ingenios hidráulicos en Las Merindades de Burgos”. Molinos harineros, ferrerías y batanes a mediados del siglo XVIII” de Roberto Alonso Tajadura.
“Arte popular. Arquitectura hidráulica del norte de Burgos, de la Ilustración a fines del siglo XIX” Tesis de Aarón Blanco Nieto.


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