Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 18 de febrero de 2018

Un paseo por el Monasterio de Rioseco.


Daremos un paseo mirando los restos de este monasterio. Hay partes que brillan todavía, partes que sobreviven lejos –de las que hoy no hablaremos- y otras que ya solo resisten en la imaginación de los más viejos y en grises fotografías que están desapareciendo, tanto los individuos como los papeles. Cuando vengan aquí verán claramente la iglesia, el claustro procesional, la cilla y la sala capitular. Para conocer lo existente y lo ausente podemos recurrir a la uniformidad del Cister. 

Refectorio o cocinas de Santa María de Rioseco.

Entiéndanlo, casi todos sus monasterios se ajustan a un plano similar. La iglesia es el eje del que cuelgan el resto de dependencias. Primero construían las dependencias del lado del claustro pegado a la sala capitular. Y se añadían la sacristía, armariolum (donde se guardaban los libros litúrgicos), la escalera de acceso al dormitorio de los monjes (sobre la sala capitular), auditorio, sala de los monjes y letrinas. En el lado del refectorio –generalmente perpendicular al claustro- estaba la cocina, y el calefactorio. En el lado de la cilla teníamos esta y el dormitorio de los conversos. Sobre ella, el callejón de los conversos y el comedor de los conversos. Finalmente en el lado del mandatum (la galería contigua a la iglesia que solía ser el lado norte) sólo estaba la iglesia con una tipología con cabecera plana y luminosa. Por cierto que ese último latinajo procede del ritual del lavatorio de pies o “mandatum” todos los sábados y el Jueves Santo. Gracias a este tipo de “chuletas” se ha podido interpretar los espacios clásicos del monasterio. Con los mejor conservados resultó muy fácil.


Otra cosa es con lo que ya no está. Sabemos que del primitivo monasterio tan solo permanece la iglesia, la escalera de caracol con husillo y los canecillos del lado norte de la iglesia, que son sencillas molduras geométricas, sobre todo modillones de rollo, en la línea de la sencillez cisterciense. Conviene hacer alusión a una pequeña pieza que apareció en el arreglo de la techumbre de la sala capitular. Se trata de una pieza apuntada con un lóbulo y el arranque de otro que pertenece al período gótico y que pudo ser parte de una ventana medieval.

Pieza encontrada en la Sala Capitular.

Con respecto al renacimiento pleno desarrollado en la segunda mitad del siglo XVI lo tenemos en la zona más arruinada del monasterio –por deterioro o por espolio-. La entrada al monasterio fue vendida en el segundo tercio del siglo XX. Lo sabemos por la fotografía que le hizo el soldado italiano Guglielmo Sandri de 1937. Poseía un arco de medio punto en el que destacaba la clave con una sencilla moldura. Se enmarca el arco de entrada por dos columnas jónicas sobre alto pedestal que soportan un sencillo friso sin decoración y un frontón triangular rematado con florones y un jarrón con flores en el vértice, sin duda aludiendo a la consagración del convento a Santa María.

Entrada originaria del Monasterio de Rioseco.

Al flaquear esta entrada bajo espacio abovedado, hoy destruido, se accede a un patio a cuya izquierda se dispone la Torre del abad, a la que se accedía a través de una escalera de piedra situada en el muro del lado oeste de la torre. A partir de ella se construyó una galería jónica, que en origen fue abierta, que formaría un bello corredor porticado que permitía la vista de la zona de las huertas del monasterio. Estaba compuesta por ocho arcos de medio punto que descargaban sobre diminutas columnas jónicas situadas sobre pedestales acanalados casi de su misma altura. El antepecho de la galería iba hasta la altura de las basas de las columnas. Una sobria cornisa finalizaba este trabajo arquitectónico.

Galería bajo la torre del Abad. (Guillermo Sandri-1937)

El mismo lugar actualmente

Posteriormente, en fecha desconocida se cerró esta galería, abriéndose dos ventanas adinteladas con una sencilla moldura a su alrededor. Posiblemente a finales del siglo XIX se abrieron unos toscos ventanucos en los arcos de los extremos, cuyos sillares fueron eliminados para sustituirse por ladrillos que permitieron ajustar de un modo más fácil el marco de la ventana al espacio. Al necesitar más espacio, se colocó la trompa acanalada de la esquina norte que permitía ochavar (hacer chaflán) el espacio y colocar los dos arcos escarzanos que fueron cegados sin ningún respeto por las familias que a partir del siglo XIX habitaron estos espacios, destruyendo elementos que facilitarían la lectura de los muros.

Detalle de la Galería Porticada.

La subida a la galería y la comunicación con el claustro de la hospedería, situado en una cota superior, se realizaba por medio de una escalera de la que queda muy poco. Estaba formada por dos tramos, el primero de los cuales pasaba por debajo de un arco rebajado que se apoyaba en ménsulas acanaladas, aunque hoy solo se puede ver una, pues el resto del arco ha sido tapiado. La comunicación con el claustro de la hospedería se realiza por medio de un complicado arco en esviaje, que permite acceder al descansillo de la escalera. Gracias a su oblicuidad permite ver fácilmente los diferentes espacios. La escalera se desarrollaba dentro de una estancia cuadrangular, cuyas paredes en el primer piso estaban cubiertas con esgrafiados con flores y grutescos (motivo decorativo que combina vegetales y seres mitológicos) pero la erosión y la intemperie tan solo han permitido conservar las flores.

Torre del Abad y Galería Porticada por Guillermo Sandri (1937)
En Rioseco existen muchos vanos en esviaje. Algunos autores lo achacan a que, desde los siglos XV y XVI, se resaltó el hecho de que las ventanas del Templo de Jerusalén fueran descritas como “Fenestras Obliquas” en la Biblia Vulgata. Es decir, asimilar la construcción a una arquitectura inspirada por Dios.



Del patio de la galería jónica se accedía al claustro de la hospedería por otra portada renacentista, hoy erosionada. Pero se aprecia un arco de medio punto flanqueado por columnas estriadas que soportaban un sencillo friso.

Paso desde la galería Jónica al Claustro de
la Hospedería.

Miremos ahora la escalera monumental que unió el claustro procesional con el de la hospedería. De esta no queda casi nada, algunos restos que permiten conjeturar. La escalera no pudo ser realizada en 1770, fue anterior. A través de un arco de medio punto se accedería desde el claustro procesional al final del lado de la sala capitular, desde allí se podría subir a los pisos superiores o bien bajar hacia la hospedería. En cualquiera de estas opciones nos adentraríamos en una escalera que discurriría bajo una bóveda en… exacto: ¡esviaje! El espacio rectangular en el que se desarrollaba la escalera se cubriría con una bóveda de terceletes, de la que tan solo se conserva una ménsula con la cabeza de un ángel, la bóveda debió ser de ladrillo a juzgar por los restos de los arranques. Actualmente, como en la vieja foto de  de Guillermo Sandri, se ve el acceso desde el patio de la hospedería y el arco de medio punto sobre jambas cajeadas por el que se accedería al segundo piso, justo encima de la bóveda que permitiría el trazado de los escalones. Por último se dispondría un vano adintelado por el que entraba luz al monumental espacio que generaba esta escalera.

Escalera de comunicación entre
el claustro y la hospedería.

Por su estilo constructivo y a expensas de confirmación documental, dataríamos el espacio que va desde la entrada principal hasta el patio de la hospedería como renacimiento pleno. ¿Y del barroco? Básicamente ornamentación porque las obras que se acometieron en esta época perpetuaron la unidad de estilo conseguida con las reformas renacentistas. Son, sobre todo, puertas de marcado clasicismo y la cornisa que cubre los capiteles de las columnas. De los últimos años del siglo XVII (1691) data la construcción de los dos arcos en esviaje de la cabecera de la iglesia –de los que hablaremos- que también presentan una estética clasicista con geométricos casetones.

Exterior de la cabecera del templo.

Y, como acabamos de decir, hablamos de la iglesia. En ella se ve –para el ojo casi experto- la evolución del cenobio. Exteriormente domina la sobriedad de sus volúmenes, con muros de sillería al desnudo, interrumpidos por ventanales que en la cabecera primitiva fueron tres luminosas ventanas góticas de sencilla tracería. La ventana de la capilla del lado sur posee una celosía geométrica de tres ojos mientras que la de la otra capilla se encuentra semicegada, resultando imposible imaginar cómo era en origen.

Situación actual de la cabecera de la iglesia (interior)

El templo inicial era de una nave con cabecera plana y poseía la luminosidad propia del cister. Con los años le adosaron las dos capillas de paredes planas que forman línea recta con la cabecera de la iglesia. En el lado del evangelio, al haberse destruido la techumbre, queda actualmente a la vista la existencia de dos ventanas anteriores a la construcción de esta capilla, así como un contrafuerte que al estar embutido dentro de esta construcción no resulta visible desde el exterior. Un chivato que nos avisa de su construcción posterior a la nave principal. Con ello se puede concluir que, únicamente, debió de sobresalir en planta la escalera de caracol con husillo que hoy está ocultada por la construcción posterior.

Capilla de las Reliquias y acceso a
la Sacristía.

Las ventanas con arcos apuntados en la epístola (derecha mirando el altar) indican que el primitivo claustro gótico del monasterio era de una altura. Fueron cegadas a finales del siglo XVI cuando se construyó el claustro procesional actual. La planta de la iglesia muestra cuatro tramos de diferentes dimensiones con unas bóvedas que crecen a medida que se alejan del altar para salvar el desnivel del terreno. Estas son cuatripartitas en cada uno de los tramos de la nave y de ocho nervios confluyentes en la clave en la cabecera. Los empujes interiores de las bóvedas se sostenían en las prácticamente desaparecidas columnas adosadas al muro y en algunas ménsulas.

Detalle lado norte de la iglesia.

Estudiar el lado norte de la iglesia es más complicado por las pequeñas dependencias que se fueron adosando en diferentes momentos. Después de la capilla, donde se encuentra la cripta de los Varona Murueta, hay una estancia cubierta con sencilla bóveda de crucería, que pudo ser una primitiva sacristía y donde, posteriormente, se construyó una escalera para acceder al púlpito. Uno de los nervios de su bóveda descansa sobre una ménsula con forma de cabeza humana que nos resalta el cariño del Cister por los soportes indirectos y un regusto por lo románico. Se darán cuenta que el arco fue robado y se apuntaló la estructura. Su derrumbe hubiera significado la caída de parte del templo. Asimismo, en el lado norte se abre el vano que conduce a la escalera de caracol con husillo. Poco después se encuentra la puerta que conduce al cementerio, y junto a ella un reducido espacio en el que se aloja la escalera por la que se accede al órgano, obra que, al ser realizada con posterioridad a la construcción de la primitiva iglesia, se acomoda al espacio del modo más funcional posible.

Acceso sacristía y púlpito.

Anotaremos que los capiteles de este tramo son los únicos –junto al de la capilla anterior- donde encontramos cabezas de hombre. También tendremos un báculo en otro capitel y un monje con báculo en la clave de la bóveda.

Estado actual de la portería norte.

Portería norte en 1937 (G. Sandri)


En 1610 el cantero Pedro López Díaz se ocupó del arreglo de la portería norte de la iglesia por medio de un arco escarzano de amplia luz, que en 1701 era transformado al cerrarse con un dintel. A ambos lados del arco se disponían: el escudo de Castilla y León, coronado por un águila bicéfala; y el del Císter. Entre ellos se situaba una hornacina con la escultura de un monje bernardo. 

Coro de la iglesia.

En la capilla del lado norte de la iglesia, denominada de las Reliquias o, posteriormente, del Cristo -en alusión a los retablos que en ella se encontraban- hallamos la cripta de los Varona Murueta, enterrados en 1595. La lápida del licenciado Cristóbal Varona Sarabia, de mayor tamaño que la su esposa, se situaba situada bajo el arco oblicuamente, más cerca del altar principal. Figura la fecha de realización: 20 de marzo de 1596. el escudo ocupa casi la totalidad de la superficie, dejando espacio pon la inscripción en los laterales. En la zona superior izquierda, el relieve de una mano señala con el dedo índice el lugar por el que debe comenzar su lectura "ESTE SEPVLCHRO ES DEL LICENCIADO CRISTOSBAL VARONA SARAVIA". El escudo se adorna con un penacho del que sale un brazo con armadura y espada con la punta rota y a su alrededor aparece anotado "HIC EST VARONA". La lápida de Catalina de Murueta cubre la bajada a la cripta, es de menor tamaño y la mitad se encuentra ocupada por el escudo del linaje familiar.

Lápida de Catalina de Murueta.

La capilla de la zona sur, conocida como capilla de Santiago por el primitivo retablo dedicado a este santo y posteriormente como capilla de San Bernardo, muestra en la clave de la bóveda del primer tramo el escudo de los Velasco, mientras que en la clave del segundo aparece una flor hexapétala con el siguiente lema a su alrededor: "ESTA OBRA FESO EL CONVENTO".

Detalle

La iglesia es transformada a finales del siglo XVI. El ventanal gótico de la cabecera se cegó al ser colocado el retablo principal, realizado en 1590, que se sustituyó por otro en 1716 en el más claro gusto barroco, cuya traza presentaba arcos en la parte superior tras los que se abrieron sendos ventanales adintelados de vulgar factura, así como otro a la altura de la hornacina central en la que se disponía la talla de la asunción de la Virgen. Al construirse el claustro se cegó las ventanas del muro de la epístola y el templo perdió luz.

Púlpito

El aspecto de la nave de la iglesia de nuevo modificó su estética a lo largo del siglo XVII y comienzos del XVIII. En el siglo XVII se remodelan algunas puertas, como la que lleva al cementerio, o la de acceso a la sala capitular. En 1691 se abren los dos grandes arcos oblicuos que permiten observar desde las dos capillas de la cabecera el altar mayor. Posteriormente, al agrietarse los cercanos pilares, se dispondrían los altares de piedra adosados, que desempeñan la función de contrafuertes. La iglesia se llena entonces de retablos: en las cabeceras, sobre los altares de los pilares y en diversos laterales de la iglesia. Buscando alejarse de la imagen medieval se pican los fustes de las columnas adosadas del arco de triunfo de la iglesia y del resto de la nave, para enmascarar sus capiteles dentro de una clasicista cornisa denticulada que recorría toda la iglesia, asimismo placas barrocas decoran las bóvedas de la cabecera. La decoración se completaba con claves policromadas que cubrían las bóvedas de crucería.

Los arcos oblicuos

A los pies del templo se encuentra, sobre elevado, el coro que estuvo separado del resto del templo por una balaustrada y su sillería llevaba en sus respaldos bajorelieves con figuras de fundadores de órdenes religiosas de unos 35 centímetros de altura. Con la desamortización se trasladó a Villalaín y luego vendida.

Detalles etapas decorativas 

Como siempre gustan las cifras les diré que las tres naves del ábside tienen una anchura total de 20 metros y la nave central son 7 metros de ancho por 40 de largo.

Movámonos ahora hacia el claustro. Es un ejemplo de la arquitectura clasicista de finales del siglo XVI, de resonancias herrerianas, muy del gusto contrarreformista de la época. Fue contratado en 1595 con el cantero cántabro Juan de Naveda del Cerro. Era miembro de una familia de maestros. El padre, del mismo nombre, trabajó con Herrera en el Escorial. Y su nieto, Juan de Naveda Sisniega fue el autor de la cabecera de la iglesia del convento de las clarisas de Medina de Pomar.

Claustro en 1937 (G. Sandri)

Fue construido en el espacio del primitivo claustro medieval pero en dos alturas. Presenta arcos de medio punto entre pilares con sobrias pilastras dóricas adosadas. En realidad se trata de un espacio rectangular, aunque sugiere en el espectador la idea del cuadrado, desde el momento en el que dispone en cada lado cinco arcos de medio punto, que en los lados más cortos del rectángulo obliga a peraltar los arcos para que ocupen el mismo espacio. Las claves de los arcos del segundo piso se adornan con una sencilla ménsula finalizada en roleo (una voluta de capitel). Sobre ellas se anota la fecha en la que finalizó la construcción de ese lado. Por eso sabemos que se comenzó por el lado del refectorio – sur- en 1636, para realizar luego el lado capitular en 1637 y por último el del mandatum en mayo de 1638. Irónicamente estas fechas aceleraron el derrumbe.

Claustro en 2017

El refectorio debió reformarse y acabó siendo la zona del noviciado, a partir de 1770, lo que nos impide ubicarlo con claridad entre las actuales ruinas. Junto a él debieron encontrarse las cocinas (tenemos unas conducciones de agua) y el calefactorio que era el lugar donde se rasuraban semanalmente los monjes y se realizaban sangrías.

Escalera del Mandatum

Existen en el claustro dos escaleras de gran interés, una realizada en estos momentos, que se embute en el muro del lado del mandatum y otra anterior. Esta segunda es una muestra cisterciense que se dispone entre la iglesia y la sala capitular y que comunicaba el claustro con las habitaciones de los monjes, situadas sobre la primitiva sala capitular. Es una escalera de caracol sin alma. Este espectacular tipo de escaleras fue muy usado en el siglo XV. Un diseño que permitía repartir mejor la luz, transitar cómodamente por ella y transportar objetos voluminosos. Si subimos por ella llegamos a una sala rectangular cubierta con bóveda de cañón y en la que hay un ventanuco que da a la iglesia. ¿Qué fue? No lo sabemos: cárcel, biblioteca, enfermería…

Escalera sin alma.

La otra escalera, la del mandatum, está en el muro que separa el claustro de la iglesia. Es estrecha y abovedada. Permite, de un modo funcional comunicar la iglesia con el segundo piso del claustro. A través de ella los monjes acudían a los rezos diarios desde las dependencias monásticas situadas en el primer piso.

Miremos la Cilla y la Sala Capitular. Ambas cambiaron al remodelarse el monasterio con el nuevo claustro de Juan de Naveda. Las anteriores eran de menor altura, para permitir disponer sobre ellas el dormitorio de los monjes, sobre la sala capitular, y el de los conversos, sobre la cilla. A pesar de que el lado del claustro de la sala capitular se termina en 1637 la obra interior finalizó más tarde puesto que no se enlazaba el claustro con el tramo que precede a la dicha sala hasta 1651, asimismo en la puerta de acceso desde la iglesia hacia la sala capitular aparece grabada la fecha de 1668.

La cilla tapiada

La sala capitular que podrán ver es cuadrangular, cubierta con una bóveda de terceletes en cuya clave hay una inscripción que por el momento resulta imposible de leer al encontrarse cubierta con otra posterior de madera policromada. La primitiva sala capitular fue más baja y un poco más ancha a juzgar por las ventanas cegadas que comunicaban con el claustro y por la ventana con celosía de piedra que hoy distingue la depen­dencia, pero que anteriormente se encontraba en una zona más baja, enmascarada posteriormente al exterior por el grueso contrafuerte que consolida el muro. A veces se la define como sacristía por haber sido esta su postrera función y por no tener acceso al claustro.
Detalle policromía en el claustro

Respecto a la cilla, situada en la parte occidental del claustro, tiene su último tramo asentado sobre la roca. Esto debió de generar problemas de filtraciones de agua en su interior por lo que se preparó una canalización de drenaje que permitía desaguar en el claustro el agua que se acumulase en ese almacén. La cilla se cubre con una bóveda de terceletes semejante a la de la sala capitular, si bien los plementos se rellenan con piedra de toba, para aligerar el peso. Debió de tener otro tramo abovedado precediendo al actual, a juzgar por la cornisa que perduran en el muro. Resulta excesiva su altura para un almacén, siendo su justificación la eliminación del dormitorio de los conversos y tener que ajustarse a las medidas de techumbres y estilos requeridos por las nuevas trazas claustrales. Al lado de la cilla estaría el totalmente desaparecido refectorio de los conversos.

Horno de pan.

Alejándonos del claustro y de los edificios supervivientes nos encontraremos uno de los hornos de pan y los estanques para el riego de la huerta y para el refectorio y el claustro y su lavabo aunque en este último tramo no se conserva nada de la canalización ni de la fuente. Esta fue realizada por Diego González en 1590. Fue trasformada en 1623 para –supongo- adaptarse a los diseños de Naveda. El agua, que entraba en el convento desde el oeste por un segundo ramal se dirigía hasta la “torre del Abad”.

Estanque.


Bibliografía:

“El monasterio de Rioseco. Evolución histórico-artística. (Jornadas del monasterio de Rioseco)” Esther López Sobrado.
“Santa María de Rioseco. El monasterio evocado” Esther López Sobrado.
“El monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco (Valle de Manzanedo-Villarcayo) Historia y Cartulario” por Inocencio Cadiñanos Bardecí.

Para saber más:





Anexos:

Juan de Naveda.

Juan de Naveda del Cerro, en 1587, concertaba la obra del monasterio de San Pedro de Gumiel de Izán, ya desaparecido. Se iniciaba así su vinculación con la Orden del Císter, puesto que después vendrían sus trabajos para el monasterio de Fitero, la Oliva y Rioseco. De hecho, el claustro de Fitero guarda una gran relación con el de Rioseco.

El claustro de Rioseco fue contratado por Juan de Naveda del Cerro el 28 de marzo de 1595. Dos años después, conseguía el contrato para la reparación de la calzada de los Hocinos. Pero su muerte impidió que las finalizara. Entonces, su viuda Catalina Sisniega otorgó un poder a favor de su hermano Diego de Sisniega cediéndole la obra del puente de Astudillo y las de las calzadas de los Hocinos y la del puente de la villa de Palenzuela y la del monasterio de Rioseco de la Orden de San Bernardo.

Dibujo de las huertas.

Las huertas actualmente



Juan González de Sisniega

Nacido en San Mamés de Aras en 1563. Juan de Naveda le aportó los conocimientos clasicistas que no le dio tiempo a asimilar totalmente en El Escorial, donde pudo permanecer poco tiempo, y que éste tomará del foco vallisoletano. Juntos acometieron la obra de dos monasterios cistercienses de Navarra: Santa María la Real de la Oliva y el cercano monasterio de Santa María la Real de Fitero. Estos maestros dieron una nueva traza al sobreclaustro. Se señala también que el concierto que ahora se hacía de nuevo con estos maestros seguía las condiciones del anterior, excepto "que donde avian de poner las colunas se an de hazer ahora pilastras y los arcos como lo muestra la traza. "

Restos de la "Torre del Abad"





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